PISAR DE NUEVO LA LUNA
Donald Trump ha añadido a su lista de grandes proyectos el regreso del hombre a la Luna, pero esta vez lo haría para quedarse.
Cuando van a celebrarse los 50 años de la llegada de los primeros astronautas a la luna, y está a punto de estrenarse en los cines la película First Man sobre Neil Armstrong y el programa Apolo, la NASA vuelve a tener un plan para enviar misiones tripuladas al satélite.
Pero lo hará de manera muy diferente a como lo hizo la primera vez. En esta ocasión, no será una carrera espacial para llegar antes que los comunistas de la Unión Soviética. Será un trabajo en equipo en el que podrán participar otros países que ya cooperan con EE.UU. en la Estación Espacial Internacional (EEI).
Llegar a la luna no será el objetivo final sino el punto de partida para establecer una presencia humana permanente en el satélite y utilizarlo como trampolín para llegar más allá en el futuro, a Marte o a algún asteroide.
Y no será una iniciativa financiada únicamente con fondos públicos, sino un proyecto en que el gobierno de Washington espera que tengan protagonismo empresas privadas –lo cual puede garantizar su éxito a largo plazo o bien ser su condena, según cómo se desarrollen los acontecimientos, ya que la viabilidad de los proyectos espaciales, cuando son tecnológicamente posibles, siempre acaba siendo cuestión de dinero–.
Ha sido la administración Trump quien ha desempolvado la idea de volver a la luna, que nadie ha visitado desde que se marcharon los últimos astronautas del programa Apolo en 1972. Los nuevos planes, en realidad, no son tan nuevos. Están inspirados en el programa Constellation que la Administración Bush impulsó después del accidente del shuttle Columbia en el 2003, cuando se llegó a la conclusión de que mantener la flota de transbordadores era prohibitivo y se reorientaron las prioridades de la NASA hacia el regreso a la luna. Aquel programa preveía construir nuevos cohetes y cápsulas para volver a enviar astronautas a la luna a principios de la década del 2020.
Sin embargo, la Administración Obama canceló el programa Constellation cuando una auditoría reveló que los objetivos eran inalcanzables con las previsiones presupuestarias heredadas de la era Bush. El gobierno Obama prefirió renunciar a la luna y fijarse como objetivo la colonización de asteroides próximos a la Tierra, así como fomentar la participación de compañías en el sector del espacio.
Para Trump, Obama obró mal, también en política espacial. El pasado diciembre Trump firmó una orden en la que instaba a la NASA a reorientar su programa de vuelos tripulados para volver a la luna. En marzo, en los nuevos presupuestos aprobados por el Congreso de Washington, a la NASA se le adjudicaron 20.700 millones de dólares (unos 18.000 millones de euros), lo que representa un incremento de 1.100 millones de dólares respecto al año anterior.
Este dinero ayudará a financiar dos elementos clave del futuro programa de exploración lunar. Por un lado, el gran cohete Space Launch System (SLS), que en el 2018 ha recibido una inyección de 2.150 millones de dólares (unos 1.900 millons de euros). Inspirado en el Saturno V que llevó a los astronautas del programa Apolo a la luna, será un cohete que se lanzará no más de una o dos veces al año y que se reservará para grandes ocasiones. Con capacidad para enviar cargas de hasta 37 toneladas a la luna, la NASA lo presenta como el más potente jamás construido. Su primer lanzamiento, no tripulado por precaución, está previsto actualmente para junio del 2020. El segundo, ya con astronautas, para el 2023.
Los astronautas irán en la parte superior del cohete a bordo de una cápsula Orion diseñada para cuatro tripulantes. La cápsula se está desarrollando en colaboración con la Agencia Espacial Europea (ESA) y EE.UU. le ha adju-
La NASA tiene programada la primera misión con astronautas para el 2023
La ESA aporta el sistema de propulsión de la cápsula Orion en que irán los tripulantes