La puerta abierta de Qalat el Hosn
Cuando llegamos a la fortaleza de los cruzados de Qalat el Hosn, atravesando el paisaje mediterráneo de Homs, con sus pinos y cipreses doblados por la fuerza de los vientos, con su cónicas Kubas antiguos habitáculos de barro y paja, sus refinerías, su lago y las ruinas abandonadas de su poblado arrasado de la colina, estaban reparando la gran puerta a golpes de martillo. La franquearon para que pudiésemos penetrar en este recinto medieval ocupado en el 2014 por hordas de bárbaros del islam, procedentes de la vecina frontera libanesa.
Este castillo construido sobre una antigua fortaleza kurda, con sus tres recintos amurallados, sus abovedadas rampas escalonadas por las que ascendían los caballeros de la orden de los Hospitalarios, su gran sala de ojivales ventanas, su capilla convertida en mezquita, su almacén en el que se guardaban víveres para alimentar la guarnición durante los asedios, su simple pasarela en vez del desaparecido puente levadizo, es la encarnación de la perfecta imagen del castillo. ¡Es el castillo de nuestra infancia!
Desde sus almenas se domina un amplio territorio por cuya posesión combatieron los monjessoldados en la edad Media y las huestes del islam. El sultán Baybar lo conquistó en el siglo XIII. Erigido en el camino entre las mesetas de Siria y la orilla del Mediterráneo, tanto en el pasado como en la actualidad, por su estratégica posición, permite controlar las vías de comunicación de este territorio llamado el Valle de los Cristianos. Al reconquistarlo el ejército sirio hace cuatro años, aseguró el tráfico de la vital carretera de Homs, y de sus ramales hasta Tartus y Trípoli, en el norte de la república libanesa. Qalat el Hosn, al que llegué por vez primera en 1972, fue uno de los lugares turísticos más visitados de Siria junto con Palmira o las “ciudades muertas” de poblaciones cristianas abandonadas hace siglos, entre las que se conservan las ruinas de la iglesia de San Simeón el estilita, en la periferia de Alepo, cuna del cristianismo de Oriente.
Entre sus muros era fácil evocar implacables combates, asedios, saqueos durante los siglos XI, XII y XIII. El castillo, al mismo tiempo monasterio, estaba en la línea de defensa de los reinos cristianos del Levante. Al ser domeñados por los musulmanes, se apagó el sueño occidental de la conquista de Tierra Santa.
Mazen Hanna es el ingeniero encargado de los trabajos de restauración, y ante su puerta recién franqueada para nuestra visita me explica que los yihadistas que la ocuparon creían que el ejército no les atacaría para preservar la fortaleza. El castillo por antonomasia de los cruzados del Levante apenas ha sufrido daños. Los yihadistas lo utilizaron como centro de operaciones en sus combates en la región de Homs, llamada un día la capital de la revolución. Al final sólo quedaron un puñado de combatientes de Al Nusra.
Cuando el ejército tomó Qalat el Hosn la batalla fue feroz en el poblado construido a sus pies, ahora completamente abandonado. Uno de sus raros vecinos, Mustafa, que fue apaleado por los yihadistas, nos acompañó como guía a través de sus rampas abovedadas, de las estancias, de las vastas caballerizas, de los recintos amurallados concéntricos, de su foso sin agua. En la gran sala de los Caballeros, de gráciles arcos ojivales, una de las imágenes que más vivamente recordaba de mi primer viaje en 1972, me indicó una inscripción en ruso que rezaba “Chechenia, Grozni”, escrita por sus salvajes mercenarios. En un rincón de la fortaleza me mostró una moderna cocina en la que los ocupantes preparaban el kebab y otras comidas de su vida cotidiana en el castillo.
Amin Malouf escribió un magnífico libro sobre los cruzados vistos por los árabes. Para los yihadistas la ocupación del Qalat el Hosn no fue sólo un objetivo estratégico, sino un símbolo de su revancha contra la dominación de los cruzados enviados a estas tierras, centenares de años ha, por los príncipes de Occidente.
La fortaleza de los cruzados, en Siria, apenas ha sufrido daños pese a ser ocupada por yihadistas en el 2014