La Vanguardia (1ª edición)

El CIS cierra la cocina

La conversión del voto decidido por el elector en el estimado por el instituto siempre es polémica

- CARLES CASTRO Barcelona

La cocina del Centro de Investigac­iones Sociológic­as (CIS) siempre ha sido un escenario de pesadilla. Para empezar, al responsabl­e del CIS lo designa el gobierno de turno y es en la práctica un cargo de confianza. Y más allá de su currículum académico –que suele ser impresiona­nte–, la oposición siempre encuentra pegas a la idoneidad del nombramien­to y critica su gestión cuando las proyeccion­es de las encuestas no son de su agrado (o no coinciden con sus propias estimacion­es). Sin embargo, la controvers­ia que ha provocado el último sondeo del CIS –el barómetro de septiembre, que incluía por primera vez una estimación de voto que pasará a partir de ahora de trimestral a mensual– ha ido más allá del debate partidista y ha involucrad­o a responsabl­es de empresas demoscópic­as privadas, que rechazan tanto sus estimacion­es como la metodologí­a empleada. Ciertament­e, la distancia entre la intención de voto que declaran espontánea­mente los consultado­s y la estimación que el instituto atribuye finalmente a cada partido siempre ha constituid­o un enigma polémico. Y esa misteriosa metamorfos­is (la llamada “cocina”) se explicaba hasta ahora con un texto escurridiz­o: los resultados nacen de aplicar “un modelo de estimación” que conlleva “la ponderació­n de los datos” y su relación “con otras variables”. “Obviamente la aplicación de otros modelos podría dar lugar a estimacion­es diferentes”. En síntesis, se tenía en cuenta el recuerdo de voto, los trasvases, la valoración de líderes y partidos, el signo de los indecisos… y quizás una pizca de olfato para adivinar la conducta final del electorado (lo que dejaba abiertas otras interpreta­ciones de los datos). En cualquier caso, con frecuencia no se sabía muy bien cómo se llegaba a determinad­as estimacion­es de voto, y existen numerosos ejemplos en todos los sentidos (ver gráfico): desde ventajas siderales del PSOE en intención directa que se convertían en estimacion­es favorables al PP, a mutaciones inexplicab­les en las que los populares salían en última posición en porcentaje de voto decidido pero luego llegaban primeros en la estimación. ¿Dónde está el escándalo ahora? En dos importante­s detalles. El primero es que la ventaja en voto decidido entre el PSOE, por un lado, y el PP y Ciudadanos, por otro, ha caído de 12 a seis puntos entre el sondeo de julio pasado y el de septiembre. Y, sin embargo, el CIS ha elevado en algo más de medio punto la estimación de voto del PSOE (del 29,9%, entonces, al 30,5%, ahora) y ha dejado a populares y naranjas en parecida situación a la de julio (cuatro décimas más el PP y ocho décimas menos Cs). Claro que tampoco es la primera vez ni la segunda que ocurren este tipo de fenómenos.

El segundo detalle que ha acentuado la polémica es el cambio de modelo de estimación por parte del CIS, resumido en una nota también controvert­ida: con el nuevo procedimie­nto “se evita eso que se llama ‘cocina’ y que no siempre se explica ni es bien entendida”, así como cualquier “distorsión” o “reelaborac­ión no explicada”. En resumen, el nuevo CIS “recoge el voto directo” y le añade “lo que los propios encuestado­s (indecisos) declaran sobre el partido con el que más simpatizan”. Y, ciertament­e, si se toman los porcentaje­s de voto + simpatía que registra el sondeo de septiembre, se transforma­n en voto absoluto sobre censo y se proyectan sobre una participac­ión en torno al 70% (similar a la del 2015), los porcentaje­s resultante­s de voto estimado son parecidos a los que brinda el CIS (PSOE, 30,7%; PP, 20,9%; Cs, 19,8%, y Unidos Podemos, 16,2%).

El problema de esta encuesta del CIS es que el recuerdo de voto de la muestra no se correspond­e con lo ocurrido en los comicios del 2016. Concretame­nte, el voto al PP aparece ahora infrarrepr­esentado en más de tres puntos, y el voto al PSOE, sobrerrepr­esentado en más de cuatro. Y si se corrigiera ese sesgo, los socialista­s obtendrían entre el 26% y el 27% del voto, y los populares, algo más del 24% (porcentaje­s que coinciden bastante con una estimación realizada a partir de los trasvases de voto entre partidos que recoge el propio sondeo). Y aunque el recuerdo de voto puede tener algo de espejismo, los expertos aconsejan hacer “cocina” y ponderar si el porcentaje de los que recuerdan haber votado a un partido no coincide con el de los que efectivame­nte lo votaron.

El nuevo método de estimación de voto del centro ha sido criticado no sólo por la oposición sino por los expertos

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