La Vanguardia (1ª edición)

Nobel luminoso

- Pilar Rahola

Los méritos del ginecólogo congolés Denis Mukwege para ganar el Nobel de la Paz son tantos, que sólo cabe aplaudir la justicia que reporta a un hombre que ha dedicado su vida a ayudar a miles de víctimas de la violencia sexual. En la búsqueda de su biografía, descubro que ya había recibido la Legión de Honor francesa y el Sájarov del Parlamento Europeo, y que su nombre aparecía, desde hacía décadas, en la lista de los Nobel. Sin duda se trata de un galardón merecido, una de esas personas luminosas que, con toda la vida dedicada a ayudar a las víctimas, cambia la faz del mundo.

Sin restar ningún aplauso al Nobel para Mukwege, porque, en su caso, es él quien ennoblece al premio, y no a la inversa, la noticia se engrandece con la mujer que compartirá el Nobel de este año: la yazidí Nadia Murad, que también recibió, en el 2016, el Sájarov. Recuerdo haberme emocionado con los discursos que tanto ella, como su amiga Lamiya Ají Bashar dieron ante el Parlamento europeo, donde relataron la crónica del horror que vivieron siendo niñas: secuestrad­as de su pequeño pueblo al norte de Iraq, mientras el Estado Islámico asesinaba a todos los hombres del poblado y las mujeres de más de 45 años, con un total de 350 víctimas en un solo día; vendidas en diversas ocasiones y, en cada una de ellas, esclavas sexuales de hombres que las considerab­an simple propiedad y las torturaban; y castigadas con violacione­s en grupo, y todo tipo de violencia, cuando intentaban escapar. Al final lo consiguier­on, y ahora se han convertido en activistas en favor de las mujeres yazidíes que aún están en manos de los yihadistas. En algún momento de su emotivo discurso, Nadia dijo: “Nunca perdí la esperanza de sobrevivir, pero llegó un momento en el que pensé que era el fin de la humanidad”. Y añadió: “Trataron de quitarnos el honor, pero fueron ellos los que lo perdieron”.

Con el premio a Nadia Murad, el Nobel pone luz a las tres mil mujeres yazidíes que se cree que aún están retenidas y a las miles que fueron asesinadas o se suicidaron durante su secuestro. Pertenecie­ntes a una antigua identidad, cuya fe religiosa se remonta al 2000 antes de Cristo, los yazidíes son kurdos que, a pesar de la islamizaci­ón obligada a partir del siglo VIII, mantuviero­n su fe en secreto, y han sufrido persecucio­nes seculares desde entonces. Especialme­nte feroces fueron las matanzas otomanas. El islamismo radical condena a los yazidíes por considerar­los “adoradores del demonio” y el yihadismo los ha convertido en objetivo de sus matanzas. El drama de este pueblo masacrado y de sus niñas y jóvenes convertida­s en esclavas sexuales ha conseguido, ahora, el foco internacio­nal del Nobel de la Paz. Como dijo Mukwege cuando supo que podía ganarlo, “el Nobel sólo tiene sentido porque quien da el premio reconoce que hay un problema por resolver. Si no ayuda a resolver el problema, no es nada”. Amén.

“El Nobel sólo tiene sentido porque quien da el premio reconoce que hay un problema por resolver”

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