Sentido común
Admiro sin condiciones a las personas que, frente a las normas, son capaces de aplicar el sentido común o el sentido de la justicia. Esas personas que saben cuándo hacer una excepción, que se la permiten y comprenden hasta qué punto esa actitud los acerca a la empatía, es decir, a la esencia humana, y contribuyen así a crear un mundo que no elige la hostilidad y la desconfianza como formas de comunicación.
Lo pensaba hoy cuando un empleado de la línea aérea Latam, tras recibirme sin disculpa alguna con la información de que mi vuelo de Córdoba a Buenos Aires se había atrasado más de una hora y media, ha llamado a un superior para tratar el asunto de mi maleta, que según él no estaba pagada en la compra que del billete había hecho yo mediante una página de internet. Le he contado al superior el caso, le he dicho que, además, no se trataba de un billete de precio económico, que sí había hecho la gestión de la compra de facturación de equipaje, por muy injusto que me pareciera tener que abonarlo aparte, y que me parecía un abuso tener que pagar de nuevo ese servicio, al doble además de lo que lo había pagado en internet. Indefensión absoluta con resultado de victoria para la compañía aérea mediante empleado con discurso encallado en la repetición. Así los entrenan y así se desarrolla la falta de respeto de las multinacionales hacia sus clientes.
Me he venido a la sala de embarque y he olvidado la triste hazaña del señor Latam gracias al grato recuerdo de un conserje, un chico muy joven que, contra toda norma e incluso contra todo pronóstico, me acompañó hasta el piso más alto de uno de los rascacielos más altos de Ciudad de Panamá para que yo pudiera tomar una foto panorámica para un reportaje. Lo pedí por favor, me dijo que estaba estrictamente prohibido, pero que entendía que estaba yo trabajando, como él. Y subimos. Allá arriba ni siquiera había barandas. Se arriesgó José, ese es su nombre, merece que lo recuerde. Y lo felicité yo, le dije, eres un hombre como pocos, José, eres libre, tienes sentido común y sabes cuándo emplearlo. Llegarás lejos, le dije. Y bromeé: porque alto ya hemos llegado los dos. Reímos. Expresamos ambos que cosas así son las que te reconcilian con la vida. Y lo celebramos cerca de un precipicio llamado empatía.