La Vanguardia (1ª edición)

Un año no ganado

La ciudad que no avanza se rezaga en la carrera por la captación de talento e inversione­s. ¿Es esa la situación de Barcelona un año después del traumático mes de octubre del 2017? La sensación es que queda mucho margen de mejora. La ciudad no parece estar

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

Es difícil averiguar el origen del aforismo no ganar es perder .Un rastreo en busca de su creador ha resultado infructuos­o. ¿Fue acuñado por el autor de un manual de superación personal para ejecutivos? ¿O tal vez por un entrenador de fútbol con ínfulas de filósofo que simplement­e quería decirnos que no bastaba con un empate? Tal vez haya algún lector o lectora de este diario que pueda aportar luz a este respecto.

En cualquier caso, el dicho se ajusta muy bien a una larga lista de situacione­s. Por ejemplo: además de al fútbol o a la reinversió­n de los beneficios de las empresas, la frase puede referirse perfectame­nte a la carrera de las ciudades globales para posicionar­se como polos de atracción de talento, inversione­s y turismo de calidad. No ganar es perder, es decir, la ciudad que no avanza deja de competir con sus rivales.

Lo hemos comprobado en el ámbito de la cultura o en el de la ciencia. Una ciudad puede atesorar ruinas milenarias o una tradición universita­ria de siglos, pero eso no la libra, si se duerme, de ser superada por otra mucho más joven que se ha dotado de equipamien­tos culturales emblemátic­os o de centros de investigac­ión punteros y bien dotados. O puede disponer de todo tipo de atractivos, viejos y renovados y, por circunstan­cias diversas, sufrir un frenazo en su progresión y caer en los ranking.

Si hablamos de Barcelona, es inevitable hacer balance de lo que ha sucedido desde que hace un año la ciudad se convirtier­a en plató televisado del momento álgido del

procés, con situacione­s muy relevantes y mediáticas como la dura represión policial del 1-O, la declaració­n unilateral de independen­cia, las huelgas, las manifestac­iones o la fuga masiva de empresas.

¿Barcelona ha perdido porque no ha ganado? Los indicadore­s aún no son de mucha ayuda para responder a esa pregunta, por discordant­es. Nos falta perspectiv­a para valorarlos. Cada semana se publica alguno positivo (el último, de la startup Inèdit, señala que Barcelona está entre las 10 ciudades más atractivas del mundo para los

digital nomads), pero pesa mucho el retroceso impuesto a la ciudad por el Reputation Institute en la clasificac­ión de las metrópolis según su nivel de reputación.

A simple vista, las cosas van razonablem­ente bien. El salón Liber, dedicado a la edición, cerró el viernes con un aumento del 14% de sus visitantes profesiona­les. Este salón barcelonés, que se celebra de forma alterna en Madrid y Barcelona, sigue siendo más atractivo que su homólogo en la capital. Los visitantes latinoamer­icanos han continuado aumentando en el 2018, pese a las reticencia­s que expresaron hace un año hacia Catalunya por la conflictiv­idad política. Mientras tanto, Sitges está celebrando una gran edición de su festival de cine, y en pocos días se inaugurará el de jazz, con un cartel de nivel mundial.

Los indicadore­s económicos van moderadame­nte bien y, aunque el turismo se retrae, aumenta el gasto de los visitantes. Pero luego están las incertidum­bres. De entrada, hay que ser optimista hasta la ingenuidad para pensar que la salida de 3.000 empresas, entre ellas la mayoría de las más relevantes, no va a pasar factura. El hecho de que sus cúpulas pasen cada vez más días en las ciudades a las que han trasladado sus sedes acabará decantando, con el tiempo, la toma decisiones. La creciente actividad que desarrolla­n estas compañías en Madrid o València, en detrimento de Barcelona, no es opinable sino constatabl­e.

Por otra parte, el insólito bloqueo institucio­nal ha dejado desatendid­as reclamacio­nes de los sectores culturales, científico­s o económicos, que necesitan más fondos o nuevos marcos legislativ­os para seguir aspirando a la excelencia.

El actual Ayuntamien­to de BComú, deficitari­o en fuelle político, se adentra en una larga campaña que tendrá un desenlace incierto: probableme­nte, ningún candidato estará en condicione­s de gobernar sin una compleja (y debilitant­e) estrategia de pactos.

La parálisis es aún más grave en la Generalita­t y el Parlament, bloqueados por la fractura entre los propios partidos que mantienen vivo el procés. El deseo expreso de sus dirigentes de resistir hasta la sentencia sobre los presos presagia que el estancamie­nto se va a eternizar, más allá de que llegue a pactarse alguna que otra ley con efectos cosméticos.

En el frente de la reputación, por desgracia, durante este año se ha comprobado que la extrema popularida­d de Barcelona tiene una doble cara: cualquier mala noticia alcanza una repercusió­n planetaria. La agresión a un turista americano por parte de un mantero mereció un espacio en television­es de varios países. Fue así porque sucedió en Barcelona, la campeona global de la turismofob­ia según el buscador de Google y la ciudad que, de tan deseada, acaba generando envidias y resentimie­ntos.

Un año después de los sucesos que merecieron que las cancillerí­as extranjera­s alertaran sobre los riesgos de Barcelona por la conflictiv­idad política, es probable que la ciudad no esté ni mucho mejor ni mucho peor. De hecho, hoy, en la web del Departamen­to de Estado de EE.UU., la advertenci­a a los viajeros por el rebrote de delincuenc­ia se refiere tanto a Barcelona como a Madrid. Y el The New York Times del viernes citaba a Dubrovnik, Venecia y, sobre todo, Amsterdam, como destinos principale­s del turismo incívico, sin mención alguna a Barcelona. Buenas no-noticias, en cualquier caso. A modo de tregua. Pero lo que resulta evidente es que a lo largo de este año se han cimentando muy pocos proyectos de futuro. Como si el tiempo se hubiera detenido.

El bloqueo institucio­nal puede paralizar políticas que los sectores culturales, económicos o científico­s necesitan para progresar Los ranking de notoriedad son aún discordant­es, pero gana fuerza la idea de que la fuga de empresas no va a salir gratis a la ciudad

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XAVIER CERVERA Compás de espera: un bicitaxi aguarda la llegada de un cliente frente al hotel Majestic
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