La Vanguardia (1ª edición)

Amor de hija, magisterio de padres

Alba Molina ofrece tres conciertos recordando la obra de sus progenitor­es, Lole y Manuel

- ESTEBAN LINÉS Barcelona

Alba Molina comenzó su carrera profesiona­l en diferentes proyectos que estaban bien alejados del flamenco, como el de Las Niñas, que le proporcion­ó buenos réditos. Al producirse la muerte de su padre Manuel en 2015 –que había formado con su mujer Lole Montoya una de las referencia­s pioneras en leer de modo diferente el flamenco–, Alba consideró que había llegado la hora. Es decir, dejar de lado otros proyectos y realidades musicales, y rendir homenaje a la obra de sus padres.

De aquella decisión apareció el año pasado un primer álbum de perfiles previsible­s, desde el título Alba Molina canta a Lole y Manuel a una selección temática repleta de gloriosas canciones algunas de ellas devenidas clásicas. Un disco con el que Alba Molina (Sevilla, 1978) rompía un silencio discográfi­co de quince años y que al cabo de unos meses vio una continuaci­ón titulada Caminando con Manuel, una obra mucho más flamenca y centrada en el arte y el espíritu de su progenitor. Desde entonces, y habitualme­nte acompañada del guitarrist­a Joselito Acedo, va recorriend­o los escenarios con esa propuesta tan cercana a nivel personal y, a la vez, tan delicada al tratarse de un repertorio cancionero de intransfer­ible personalid­ad.

Ahora la cantante –“no soy cantaora”, recalca repetidas veces– regresa a Barcelona inaugurand­o un nuevo ciclo de conciertos que busca visibiliza­r las salas catalanas de música en vivo de pequeño formato. Una fórmula original que la llevará a actuar tres noches consecutiv­as desde mañana en tres salas distintas de la capital catalana (El Paraigua, Barts Club y Soda Acústic). Como queda dicho, la arropará en estos recitales el toque de Acedo, un tocaor trianero con el que mantiene una relación “que nace de lejos, tocó en estos dos últimos álbumes y también lo hizo con mis padres; de hecho, yo lo veo como un fanático de Lole y Manuel, y tiene ese aire peculiar que hace falta para meterse en una aventura como esta”, explica la cantante.

Aunque oyéndola cantar ahora podría parecer que su ligazón con el flamenco ha sido una constante en su profesión, la carrera de Molina ha estado más cercana a otras hierbas como el pop, el rap, el funk, el jazz. “No soy cantaora, lo vuelvo a decir, y estoy muy satisfecha con lo que hago ahora mismo. Ahora bien, si por ejemplo ahora nos llamasen para hacer algo con Las Niñas otra vez pues segurament­e diría que sí”, reconoce sin problema.

Problemas sí tuvo, al principio de encararse con esta nueva etapa de su carrera, a la hora de hacer suyo el patrimonio sonoro de sus padres. Tenía ventajas, eso sí, como que “desde muy pequeña siempre escuché en casa esas canciones, esa música me ha acompañado en buena parte de mi vida y me parece muy familiar. No se trata de hacerlo como lo hacían ellos, porque es imposible. Mi madre es una gran cantante, pero sobre todo una persona muy sensible con mucho carácter y diría que un poco inaccesibl­e. Mi padre nunca me quiso imponer nada, no repartía consejos, pero me sugería cosas. Bueno, en cualquier caso para hacer este proyecto o le echas mucho valor o estás un poco loca, pero es aquello que sentí que como mi padre ya se había ido, pues tocaba hacerlo”. Y confiesa, en fin, que el reto era enorme porque “la música de Lole y Manuel es eterna”. –¿Por qué? –No lo sé. ¿Por qué es eterno el amor de una hija a sus padres o de estos a ella? No hay respuesta pero eso lo explica todo.

“Para hacer este proyecto o le echas mucho valor o estás un poco loca”, dice de su homenaje paterno

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UNIVERSAL. Alba Molina, en foto promociona­l

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