El Pompidou de París se entrega al cubismo
El cubismo, “cuya estética revolucionaria es a la vez matriz y lenguaje mismo de la modernidad”, según Brigitte Leal, directora adjunta del Museo de Arte Moderno de París, vuelve a la capital francesa cincuenta y tres años después de que tuviera su última gran exposición. El Centro Pompidou, sede del citado museo, exhibe hasta el 25 de febrero más de trescientas obras y documentos. Y esculturas nunca vistas aquí.
Igual que impresionismo, cubismo fue apelativo irónico. El crítico Louis Vauxcelles escribe en 1908 que Braque “reduce todo a cubos”. Y alude al cubo de caldo que, ese mismo año, empieza a comercializar, con éxito internacional, el suizo Jules Maggi. Como cuadra a una gran muestra de un siglo XXI con más museos que parques de diversiones, además del largo lapso de silencio, cerrado por esta exposición, hacía falta un concepto. El Centro Pompidou parte de la base de que los dos inventores, Braque y Picasso, y sus delfines, Léger y Juan Gris, reservaban sus creaciones a la muy confidencial galería del entonces desconocido marchante DanielHenry Kahnweiler. Por el contrario, Duchamp, Picabia, Robert y Sonia Delaunay, Jean Metzinger y Albert Gleizes, por ejemplo, difundían el movimiento entre el gran público y la crítica especializada, porque mostraban obra en los salones oficiales.
“Esa multiplicidad –explica Christian Briend, otro curador, jefe de colecciones modernas del museo, subraya la riqueza, la importancia y la influencia de un movimiento que no se limitó a geometrizar formas ni a rechazar la representación clásica. Y cuyas búsquedas radicales, como la energía creativa de sus practicantes, lo convirtió en auténtica fuente del arte moderno”.
La generosidad del MoMA de Nueva York, del Museo Picasso y del Kunstmuseum de Basilea, entre otros, permitió reunir “lo más revolucionario del cubismo –papiers collés, collages, construcciones de Braque, Picasso, Gris, Henri Laurens…”–, explica Leal, una de las tres comisarias de la exposición, dividida en catorce capítulos cronológicos.
El recorrido relata la evolución agitada y agitadora del cubismo, su recuperación de referencias primitivas. Y la fascinación de los cubistas por Gauguin y Cézanne, faro, este último, de una primera etapa en la progresión formal del movimiento, ilustrada por Panes y frutero sobre una mesa, naturaleza muerta del Picasso de 1909.
Segunda etapa: la llamada transcripción analítica hermética (1910-1912), que se transforma en versión más sintética entre 1913 y 1917, cuando regresan la representación y el color. Como siempre, el inagotable Picasso es imán público de la muestra con iconos del siglo XX como Guitarra con chapa y alambre (1914).
O incluso hitos anteriores: los retratos de Gertrude Stein (1906) y de sus marchantes Ambroise Vollard o Kahnweiler (1910).
El viaje en el tiempo empieza precisamente en ese 1907 en el que Picasso fecha Las señoritas de Aviñón, con la retrospectiva dedicada a Cézanne en el Salón de Otoño. Fallecido el 22 de octubre de 1906, el pintor provenzal deslumbra a la joven generación.
El año siguiente, con la exposición Braque, en la galería Kahnweiler, nace el cubismo como movimiento, aunque su nombre solo surge en 1909, al mismo tiempo que Braque y Picasso efectúan sendos y provechosos retiros, uno en La Roche-Guyon, el otro en Horta d’Ebre.
Es el año de la geometría en los volúmenes y el fraccionamiento de las formas en facetas. Y el de
Cabeza de mujer (la de Fernande, modelo y pareja de Picasso), la
La muestra reúne 300 obras de Braque, Picasso, Delaunay, Léger, Gris o Picabia