Un completo fiasco
MÁS pronto que tarde sabremos quién planeó la detención, tortura y desmembración del periodista saudí, pero residente en Washington, Jamal Khashoggi. El heredero de la corona de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, ha sido señalado por demasiados mandatarios mundiales como para que pueda salir airoso de lo que Donald Trump calificó de “completo fiasco”. No es que Khashoggi tuviera intención de revelar ningún secreto de Estado, simplemente fue asesinado por mantener una actitud crítica con la política del Gobierno de su país. Nada que no le corresponda al buen periodismo. El año pasado 81 reporteros perdieron la vida en países como México, Afganistán, Irak o Siria, donde los cárteles de la droga, el terrorismo o la guerra intentan acallar a los informadores. Pero Khashoggi fue asesinato en el consulado de su país en Estambul, donde iba a buscar un documento para poder contraer matrimonio con su prometida turca. En principio, una sede diplomática debería ser un lugar seguro, no la habitación del pánico. La complicidad de las autoridades saudíes resulta evidente, aunque la cúpula del Estado intenta que un general cargue con el muerto, como si fuera una ocurrencia repentina del militar, cuando participaron numerosos miembros del servicio secreto, incluido un forense que recomendó al resto de la tropa que escucharan música mientras procedía con la sierra al cruel despiece del periodista.
Trump, visiblemente enfadado con sus aliados saudíes, comentó ayer en el despacho oval que “la operación fue un completo fiasco desde el primer día: su concepto original fue muy malo, lo pusieron en práctica de forma peor y el encubrimiento resultó el más nefasto en la historia”. El presidente habló con Bin Salman por teléfono, quien se excusó diciendo que no tuvo nada que ver, cuando aún no le había pedido explicaciones. Trump está indignado, pero no tanto como para dejar de vender armas a Riad.