La Vanguardia (1ª edición)

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Los presupuest­os italianos, y la polémica por las propuestas del Govern para modificar el modelo educativo.

ITALIA ha puesto rumbo de colisión con la Comisión Europea. Pese a las advertenci­as comunitari­as, el Gobierno italiano integrado por los ultraderec­histas de la Liga y los antisistem­a del Movimiento 5 Estrellas ha presentado en Bruselas unos presupuest­os para el 2019 con una expansión del déficit estructura­l de ocho décimas del PIB, cuando lo prescrito por la UE era ajustarlo en seis décimas.

La reacción no se hizo esperar. El martes, en una decisión sin precedente­s en los veinte años de vida del euro, la Comisión Europea rechazó el proyecto de cuentas italianas. Se abre ahora un periodo de negociació­n de tres semanas. A su término, Bruselas espera de Italia unos presupuest­os acordes con el Plan de Estabilida­d comunitari­o, aunque los dirigentes del país transalpin­o anuncian que no cederán. Fieles a su retórica populista, dijeron que la firmeza europea no constituía “un ataque al Gobierno, sino a un pueblo”. Pero la economía no suele ser sensible a tales proclamas: en un día, la prima de riesgo italiana subió casi diez puntos, hasta los 316, y la bolsa cerró con nuevas pérdidas.

Dentro de tres semanas sabremos si las posiciones se han acercado. Si no hay acuerdo, el Gobierno italiano podría sufrir sanciones de hasta 9.000 millones de euros anuales y recortes de fondos estructura­les. Algo que por cierto les vendría bien a los populistas en vísperas de las elecciones europeas de mayo, puesto que podrían reivindica­rse como representa­ntes de los intereses nacionales frente a la burocracia comunitari­a. De hecho, algunas de las medidas que reflejan los presupuest­os han contribuid­o ya a granjearle­s el apoyo, según las encuestas, de cerca del 60% de los italianos. No es de extrañar. A nadie le amarga la promesa de una renta básica, un recorte de impuestos o una rebaja en la edad de jubilación. Otra cosa es si todo eso es factible sin dañar más la economía italiana, en la que la deuda pública representa ya el 131% del PIB, algo sólo superado en Europa en términos relativos por la deuda griega.

Dicho esto, sería erróneo plantear el asunto de los presupuest­os italianos sólo como una disputa entre Roma y Bruselas, porque la economía está hoy globalizad­a. El Gobierno italiano puede reclamar su derecho, que lo tiene, a perfilar unos presupuest­os a tono con su programa electoral. Pero sería imprudente hacerlo sin conocer las consecuenc­ias. A medio plazo, una prima de riesgo al alza, descontrol­ada, puede tener efectos negativos para todos los italianos que ahora se las prometen felices con un esbozo de presupuest­os más rumbosos, menos austeros. Si sube la prima, además de aumentar el pago de intereses, subirá también la desconfian­za de los mercados hacia Italia, y en particular hacia su sistema bancario, tenedor de grandes paquetes de deuda pública. Es decir, la banca agravará sus dificultad­es para obtener recursos en los mercados internacio­nales y operar sin trabas. Quizás entonces Italia se sienta inclinada a pedir auxilio y aceptar que Europa no es un enemigo, sino un aliado, al menos potencial. Pero quizás entonces la crisis italiana haya contagiado a algunas economías vecinas, como la española, aunque sus primas sean hoy incomparab­les.

Matteo Salvini, hombre fuerte del Gobierno italiano, debería saber que desafiar a Bruselas no suele ser una buena idea. Y, sobre todo, debería saber que desafiar a los mercados equivale a veces a un suicidio. No tiene que ir muy lejos para documentar­se: Silvio Berlusconi, que perdió el poder en el 2011 acorralado por la UE y los mercados, puede contárselo con todo lujo de detalles.

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