La Vanguardia (1ª edición)

Cenizas comunitari­as

- Quim Monzó

La instalació­n en el cementerio de Blanes de un depósito de cenizas comunitari­o ha puesto en guardia a Quim Monzó, quien aprovecha su columna de hoy para dejar claras sus últimas voluntades, con la esperanza de recibir las mismas atenciones que tuvo él con sus propios padres: “Durante años tuve las urnas con las cenizas de mi padre y de mi madre en un estante, entre libros, hasta que decidí enterrarla­s en un acebal, a dos metros unas de otras porque, como en vida no se soportaban, pensé que sería una putada enterrarla­s juntas, en el mismo agujero”.

Apartir de esta semana el cementerio de Blanes ofrece un nuevo servicio que permite depositar las cenizas de los difuntos en un recipiente comunitari­o situado en un espacio rodeado de cipreses, sin necesidad de ponerlas en una urna. Lleva por nombre El Jardí del Repòs. El concejal Salvador Tordera, que es quien se encarga del asunto, explica los motivos al Diari de Girona: “La idea es que las familias puedan dejar las cenizas de sus seres queridos en un espacio específico donde se les recordará con una placa”. El servicio es gratuito, detalle que, según Tordera, no significa que sea para personas con pocos recursos, ya que –dice– hay mucha gente que tiene en casa urnas con las cenizas de sus familiares porque no quiere ponerlas en un columbario ni esparcirla­s “en el mar o en un campo”; la ley lo prohíbe. Durante años tuve las urnas con las cenizas de mi padre y de mi madre en un estante, entre libros, hasta que decidí enterrarla­s en un acebal, a dos metros unas de otras porque, como en vida no se soportaban, pensé que sería una putada enterrarla­s juntas, en el mismo agujero. No sabía que la ley no lo permitía, pero ya hace tantos años que supongo que el delito habrá prescrito. Ahora bien, si no es así y me lo piden, las desentierr­o hoy mismo.

El Jardí del Repòs blandense tiene un prisma cuadrado de mármol blanco, de un metro de altura, que ejercerá de receptácul­o. Sobresaldr­á del suelo y por ese prisma la gente tirará las cenizas, que irán a parar a un recipiente soterrado. El concejal dice que esa opción ya existe en otras poblacione­s catalanas y que el depósito es muy grande, lo que garantiza que será útil durante medio siglo como mínimo. “Las cenizas ocupan poco espacio”, asegura. En cualquier caso, no sé si una columna periodísti­ca tiene valor como expresión de últimas voluntades pero, si es así, que quede claro que de ninguna manera quiero que metan mis cenizas en ninguna de esas versiones actualizad­as de la vieja fosa común, por muy gratuita que sea. Nunca he soportado los grupos numerosos, ni en cenas ni en fiestas, como para que ahora, una vez incinerado, me mezclen con personas que ni siquiera conozco y que probableme­nte no me caigan bien.

Hace unos días La Vanguardia digital publicó la noticia de una estudiante california­na que invitó a sus compañeros de clase, de la Leonardo Da Vinci High School, a galletas uno de cuyos componente­s eran las cenizas de su abuela. Es una opción que recuerda la que toman (o tomaban) en Tíbet, donde trocean la carne de los cadáveres para que los buitres se la coman. Los huesos, en cambio, los trituran, los mezclan con harina de cebada y hacen pasteles con ellos. Una opción más radical es la que Keith Richards aplicó a las cenizas de su padre cuando murió en el 2002: esnifarse una raya. Sólo una. Lo explicó en una entrevista en la revista británica New Musical Express, en la que, por cierto, no confesó qué hizo con el resto de cenizas. Sabiendo el mal rollo que había entre ambos, quizá las tiró a un cenicero comunitari­o como ese que ahora inauguran en Blanes.

Ojito con el nuevo servicio que permite depositar los restos de los difuntos en un recipiente comunitari­o

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