La Vanguardia (1ª edición)

Bolsonaro no convence en las favelas de Río

En la violenta Rocinha pocos brasileños votarán por la mano dura contra el crimen que promete el candidato de ultraderec­ha

- ANDY ROBINSON

Subiendo desde el asfalto hasta el morro, en la montaña, ocurre algo extraño en Río de Janeiro. O quizás no tanto. En la enorme favela de Rocinha, uno de los epicentros de la violencia en Río, hay mucho menos apoyo a las medidas de mano dura contra la delincuenc­ia de Jair Bolsonaro que en los barrios de abajo.

Bolsonaro –favorito en las presidenci­ales del domingo– propone “librar una guerra” contra las grandes organizaci­ones del narcotráfi­co como Primer Comando de Capital o Comando Vermelho, así como eliminar controles a la posesión de armas y bajar la mayoría de edad penal de los 18 a los 16 años.

Estas recetas draconiana­s para combatir la insegurida­d son una clave de su éxito en un país cada vez mas asfixiado por la violencia. Sintonizan con el hartazgo que se palpa en toda la ciudad, desde la acomodada zona sur, donde los arrastão (atracos colectivos) siembran el pánico en las playas de Ipanema y Leblon, hasta la periferia gris, barrios como Tijuca en la zona norte detrás de la montaña de Rocinha, donde la delincuenc­ia común sube como la espuma desde el inicio de la crisis, hace tres o cuatro años. Los asaltos a comercios han subido un 25% en el último año, de vehículos un 39% y los atracos en la calle, un 7%.

Pero en entrevista­s mantenidas en el laberinto de calles empinadas de Rocinha, donde unas 100.000 personas se hacinan en una colmena de infravivie­ndas, pocos ven con buenos ojos la guerra bolsonaris­ta contra el crimen. Por una simple razón: saben por experienci­a propia y mucha sangre derramada que las guerras no funcionan.

“Aquí ya tenemos una guerra civil; la policía entra y mata a unos cuantos, mucho de ellos inocentes; primero hay que invertir en sanidad y educación, en los niños”. Es el tipo de comentario que Bolsonaro tal vez atribuiría a una oenegé de derechos humanos de las que pretende “borrar del mapa”, según su discurso incendiari­o del pasado lunes (dijo también que Lula y su rival electoral, Fernando Haddad , “se pudrirán en la cárcel”).

Pero el entrevista­do es Jonathan Santos, de 30 años, nacido en Ceará, en el noreste de Brasil, residente de Rocinha desde hace 18 años, padre de dos niños, vendedor de teléfonos en el mercadillo al pie de la favela. Santos se muestra escéptico también sobre la propuesta de armar a los brasileños: “El brasileño no tiene mentalidad para llevar un arma; los niños se matarán en las escuelas”. ¿Bolsonaro –que tiene el 57% de la intención de voto a escala nacional frente al 43% de Haddad– sacará muchos votos en Rocinha? “En mi familia ninguno, y somos 50 personas”. “No conozco a nadie que vaya a votar a Bolsonaro”, dice una madre soltera que regresa a Rocinlicía” ha después de limpiar casas en Barra da Tijuca, el distrito de la playa donde vive Bolsonaro.

Otros entrevista­dos en la favela dicen lo mismo. Eso sí, en la parroquia neopenteco­stal de la Iglesia Universal sienten más simpatía por el candidato de ultraderec­ha. “Vivimos en una dictadura y Bolsonaro nos liberará”, dice uno de ellos. (Después, los gerentes de la iglesia obligan a borrar la grabación).

Si alguien entiende de miedo a la violencia son los habitantes de Rocinha. En el 2017 se registraro­n 5.993 tiroteos en la favela, 16 al día, con un aumento del 28% frente al año anterior. Estalló a finales del 2017 una guerra entre grupos rivales de la pandilla Amigos de los Amigos, que compiten con una corrupta policía militar por el poder en la favela. Los tiroteos aún resuenan pese a la ocupación militar que Michel Temer puso en marcha en marzo, en un intento de revertir su impopulari­dad con una dosis de bolsonaris­mo.

Cuando Bolsonaro insiste en que “un policía que no mata no es un po- no hace mucha gracia en Rocinha. Más de 5.000 personas murieron a manos de la policía en Brasil en el 2017, y más de 1.000 de ellas cayeron en Río, la mayoría en las favelas. En EE.UU., con una población parecida a la de Brasil, y donde la violencia policial se considera motivo de alarma, murieron 900 personas víctimas de actuacione­s policiales el año pasado.

Mientras subimos la calle central de Rocinha, policías militares acechan en las esquinas sujetando enormes ametrallad­oras, iluminadas por las luces rojas parpadeant­es de sus vehículos. Al otro lado, jóvenes vigías de los traficante­s toman nota de la llegada de desconocid­os.

El escepticis­mo de Rocinha ante la mano dura que promete Jair Bolsonaro concuerda con el análisis de Camila Nunes Dias, socióloga de la Universida­d Federal de ABC en São Paulo y coautora del libro Guerra, que explica el auge del grupo criminal Primer Comando de Capital. “A lo largo de las décadas se ha comprobado que las intervenci­ones militariza­das no solucionan la violencia”, dice en una entrevista. Más bien lo contrario: “El aumento del número de presos y el énfasis en las actuacione­s de la policía militar con elevadas tasas de letalidad son factores cruciales para entender el surgimient­o de grupos organizado­s de delincuenc­ia; ellos libran su propia guerra contra el Estado”. La defensa de Bolsonaro del encarcelam­iento de menores de 18 años será “catastrófi­ca”, añade. “En los centros de reclusión para menores actualment­e no están presentes ni Primer Comando ni otros grupos”, dice. “Si se reduce la mayoría de edad penal van a facilitar a las redes criminales el reclutamie­nto de adolescent­es”.

La paradoja de que Rocinha –la mayor víctima de la violencia en Río– rechace la mano dura, frente al bolsonaris­mo del resto de la ciudad, se reproduce a escala nacional. Allí donde más se redujo el número de homicidios durante los gobiernos de Lula es donde ahora hay más apoyo a Bolsonaro. En Río, la tasa de homicidios han caído de 45 a 20 por cada 100.000 personas entre el 2000 y el 2017 (el logro es muy relativo; en España, la tasa es de 0,63 homicidios por 100.000). Río y São Paulo, las ciudades más violentas de Brasil hace 20 años, ahora son las más seguras. Pero son las ciudades que garantizar­án la victoria de Bolsonaro. Mientras, en el nordeste, con un tercio del voto nacional, se ha producido una fuerte subida de la violencia. Pese a ello, el nordeste es la única región del país en la que gana Haddad. Tal vez no sea casualidad que la mayoría de los habitantes de Rocinha, al igual que Jonathan, son hijos y nietos de la ola migratoria del nordeste a Río.

“Aquí ya tenemos una guerra civil; primero hay que invertir en sanidad y educación”, opinan en Rocinha Río y São Paulo, las ciudades donde más ha bajado la violencia, son las que más apoyan a Bolsonaro

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MARCELO SAYÃO / EFE Colas a las entrada de un colegio electoral en Rocinha, en la primera vuelta de las elecciones
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