La Vanguardia (1ª edición)

Adelantar por la derecha

- Carles Mundó

La política española está instalada en un círculo vicioso que va situando el discurso político más a la derecha. El fin del bipartidis­mo clásico de PP y PSOE ha dado paso a una dinámica donde los discursos y las posiciones no se plantean desde el convencimi­ento sino que están modulados para soportar los ataques de la derecha. Esto le ocurre al PP cuando piensa en Ciudadanos y viceversa, pero les pasa lo mismo a ambos cuando piensan en el boquete que les puede ocasionar Vox con un discurso de extrema derecha. La derecha extrema está acomplejad­a por la extrema derecha.

En el otro lado del tablero sucede lo mismo. Las posiciones del PSOE muchas veces toman forma en función de las críticas que vaya a recibir de Podemos por un lado y de la derecha por otro, lo que impide saber en realidad qué es lo que piensa de verdad o propondría realmente.

El efecto práctico de todo esto es una decantació­n hacia la derecha, lo cual va en la misma línea de lo que está sucediendo en muchos países de la Unión Europea, y también en potencias mundiales como Estados Unidos y Brasil, donde, como una gota china, se van haciendo hueco las opciones de derecha extrema y de extrema derecha. Los ejemplos que encontramo­s entre nuestros vecinos de la Unión Europea no son algo testimonia­l o anecdótico. Matteo Salvini en Italia, Marine Le Pen en Francia o los antieurope­ístas en el Reino Unido son ejemplos de las corrientes crecientes entre los grandes países. Pero al lado de esto encontramo­s que en países como Austria, Holanda, Dinamarca o Polonia las opciones de extrema derecha están comandando gobiernos o se quedan a las puertas de hacerlo tras celebrarse elecciones.

España está paralizada. No se toman decisiones que respondan a una estrategia reflexiona­da. Sólo se reacciona a lo que vaya sucediendo, pero no se actúa de forma activa. No se toman decisiones estructura­les, algunas de ellas más urgentes de lo que parecen, como por ejemplo las vinculadas al sistema de pensiones y a la baja natalidad, a la organizaci­ón de la función pública o al modelo energético.

Un ejemplo muy claro de la España paralizada lo vemos en la forma de abordar la cuestión política de Catalunya. Cualquier analista sensato que no se haya dejado arrastrar por sus preferenci­as políticas y que trate de entender lo que está ocurriendo en Catalunya sabe que estamos ante una cuestión política y no jurídica cuando constata que, de forma sostenida en el tiempo, la mitad de los votantes eligen partidos independen­tistas en las elecciones y el 80% de la población opina que debería convocarse un referéndum sobre la independen­cia.

Por más que se quiera negar o se quiera minimizar, es evidente que a ojos de todo el mundo es un problema de primera división, máxime cuando los principale­s líderes están encerrados en la cárcel y lejos de su casa y de sus familias. Puede que haya quien, por motivacion­es partidista­s y electorale­s, tenga interés en que esto no se resuelva, hablando un día sí y otro también de golpes de Estado y de golpistas como si lo sucedido fuera lo mismo que hizo el coronel Tejero entrando armado y disparando en el Congreso de los Diputados.

Sustituir el debate político por los tribunales, el diálogo por las sentencias y el pacto por la cárcel es una decisión políticame­nte miope, que a medio y largo plazo tendrá graves contraindi­caciones para quien imponga esta vía. No solamente no resolverá nada sino que parece fácil adivinar que certificar­á un alejamient­o y una desconexió­n irreconcil­iables.

La parálisis de España y el miedo a afrontar las cosas tal y como son por el temor de ser lapidado por la demagogia están negando a los ciudadanos españoles la posibilida­d de entender lo que pasa y de asumir que la única solución posible es la vía política. Un referéndum como el que acordaron el primer ministro británico, David Cameron, y el primer ministro escocés, Alex Salmond, rubricado el 15 de octubre del 2012 y celebrado el 14 de septiembre del 2014, es la fórmula que Catalunya acepta con la conformida­d del 80% de los ciudadanos, vayan a votar que sí o vayan a votar que no. El referéndum pactado que hoy parece imposible acabará siendo inevitable.

Que el sistema político español se permita el lujo de condenar a penas de cárcel a dirigentes independen­tistas, elegidos democrátic­amente en unas elecciones con una participac­ión de récord, es un error histórico con costes altísimos para España a medio y largo plazo. Mientras la derecha española siga alimentand­o la parálisis y el PSOE lo acepte, muchos ciudadanos españoles de buena fe vivirán con resignació­n e impotencia que los grandes partidos no tengan la sensatez de buscar soluciones. Adelantar por la derecha es la forma más fácil de descarrila­r.

España está paralizada; no se toman decisiones que respondan a una estrategia reflexiona­da

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