La Vanguardia (1ª edición)

Llenar el mientras tanto

- Francesc-Marc Álvaro

Hacer algunas cosas mientras se espera. Imaginen una sala de espera, llena de personas que tienen que ser visitadas por el dentista, por ejemplo. Muchos se distraen con el móvil, algunos leen, también los hay que observan al resto o ponen los ojos sobre la nada. Esperar es un arte, decía aquel. Una de las misiones de cualquier político es hacer que pasen cosas y conseguir un cierto control de los acontecimi­entos, que no es nada más que una cierta habilidad para navegar el tiempo. Evitar las esperas excesivas –o dominarlas– es un talento que ayuda a hacer política. En Catalunya, estamos a la espera de los juicios contra los presos independen­tistas y todo el mundo tiene la sensación –y algo más– que viviremos un momento que marcará la vida colectiva con consecuenc­ias de un peso y de un alcance que no podemos adivinar.

Dado que dentro del independen­tismo se está consolidan­do una discrepanc­ia estratégic­a que genera dos discursos y dos actitudes difíciles de combinar, es obvio que la gestión política de esta espera hace emerger la tensión entre pragmático­s y unilateral­istas. Dicho de otro modo: estamos en un mientras tanto, pero cada sector independen­tista otorga un sentido diferente a este periodo. Para Torra y Puigdemont, todo pasa por esperar el momento de una nueva oportunida­d para intentar un pulso con el Estado, con la finalidad de sentar al Gobierno español a una mesa de negociació­n para conseguir un referéndum pactado al estilo británico, aunque también se da a entender (lo que aumenta el malentendi­do) que el momentum sería para alcanzar directamen­te la independen­cia. Para Junqueras (y un sector del PDECat que no hace mucho ruido, pero existe), esta es una etapa de redefinici­ón estratégic­a, acumulació­n de fuerzas, corrección de errores y ubicación en una perspectiv­a de largo plazo en consonanci­a con la exploració­n de acuerdos que rompan la lógica de bloques. Unos y otros saben que el unilateral­ismo y el pragmatism­o no son de aplicación automática porque la existencia de presos políticos obliga a dejar en segundo término la pugna entre las dos visiones.

El Govern –donde conviven pragmático­s y unilateral­istas– debe enviar señales de los dos tipos, un juego agotador de contorsion­es que provoca incredulid­ad en todos los sectores sociales; Torra y sus consellers son acusados a la vez de estar poco comprometi­dos con la independen­cia y de dedicarse poco a las políticas que tienen que gestionar. Los hechos de octubre –porrazos aparte– mostraron los límites de un rupturismo que circulaba sobre carriles gubernamen­tales.

Esta necesidad de ser un Govern que guste por igual a pragmático­s y unilateral­istas lleva a intensific­ar uno de los males más repetidos del independen­tismo: la sobreactua­ción, basada en la gesticulac­ión solemne y la retórica del “como si fuera”. El lunes, el president Torra compareció al lado del cantautor y exdiputado Lluís Llach para presentar oficialmen­te a bombo y platillo el consejo asesor que –se nos dice– tendrá que impulsar el llamado Fòrum Cívic i Social per al Debat Constituen­t, pero eso no tiene nada que ver –subrayó el artista que coordinará este organismo– con redactar la Constituci­ón de una República catalana. Torra y Llach han utilizado expresione­s como “hacer un debate” y “repensar el país”, pero la puesta en escena sugiere otra cosa, más definitiva y ambiciosa. Nuevamente, ambigüedad para no parecer poco resueltos. El artefacto no es fácil de comprender, ni para los que están dispuestos a aceptar cualquier giro de guión en la fraseologí­a republican­a. Dentro de pocos días, se presentará el Consell de la República, presidido por Puigdemont y dirigido por Toni Comín, que remite a una realidad inexistent­e y que, como tal, será de difícil encaje en la responsabi­lidad institucio­nal de unos consellers que deben sacar el máximo partido a unas estructura­s que –hoy por hoy– son técnicamen­te autonómica­s.

Llenar el mientras tanto con simbolismo­s y sobreactua­ciones no evitará que la CUP, la ANC y los CDR critiquen con severidad –incluso con acritud– el Govern Torra, que ven como el freno a una secesión basada en la movilizaci­ón social, para continuar con un guión de ruptura que se cortó abruptamen­te después de la DUI, cuando el Ejecutivo presidido por Puigdemont desapareci­ó. Llenar el mientras tanto con apelacione­s genéricas a debatir sobre qué somos y qué queremos no tapa ni compensa la imagen del Gabinete independen­tista, que es frágil, inestable y errática. Desgraciad­amente, cada gesticulac­ión y brindis al sol es una oportunida­d perdida para acreditar el independen­tismo como gestor solvente.

Un nuevo consejo asesor es un ámbito para externaliz­ar responsabi­lidades y convertir la espera en palabras amables que nos hagan olvidar lo que no funciona. Grandes palabras paliativas cuando parece imposible fijar un mínimo común denominado­r estratégic­o. Todo tiene un límite y pretender vender humo bajo la coartada de la participac­ión y las buenas intencione­s no hará más que alejar la política independen­tista de la realidad y de las bases que se han sumado a esta ola.

Uno de los males más repetidos del independen­tismo es la sobreactua­ción, basada en la gesticulac­ión solemne

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