‘No future’
En el caminódromo podrás andar sin sobresaltos de monopatines, sin atropellos de patinetes
Transitan aún por ciudades y pueblos esos seres pulcros que van de un sitio a otro inhalando oxígeno y exhalando dióxido de carbono en forma silenciosa y sostenible. No pitan ni amenazan ni insultan cuando alguien se interpone distraídamente en su camino o cuando el que camina delante aminora el paso sin avisar. No se pican cuando otro ser parecido les adelanta caminando más de prisa. Pueden detenerse sin pedir permiso para contemplar un edificio, encender un cigarrillo o mirar al cielo. Y lo hacen (aunque cada vez menos) sin temor a ser avasallados, atropellados o increpados porque cuando se camina, la culpa siempre es del que corre, no del que se para. Se detienen sin previo aviso y su mágica voluntad basta para frenar. No necesitan buscar aparcamiento porque nunca estorban (no como una bicicleta atada a una farola, no como una moto sobre la acera); su agilidad suele bastar para apartarse y permitir el paso de mamás y papás con cochecitos, sillas de minusválidos o parejas de enamorados incapaces de separarse un instante porque creen ser sólo uno. En resumen: transitan aún por pueblos y ciudades esos seres en vías de extinción, los peatones, que van de un sitio a otro por sus propios medios. Nada tienen suyo (ni bicicleta, ni patinete, ni segway, ni artefacto que les ayude a avanzar): sólo sus dos piernas. Sólo sus dos pies. A veces, ni eso.
Obsérvenlos: les queda poco futuro. Justo ahora que la lucha contra la obesidad y la obsesión por la profilaxis está al alza, justo ahora, se disparan los atropellos de peatones. Y no precisamente en la calzada (que también), sino en la acera. En ese único reducto destinado al peatón, se multiplican las amenazas, los accidentes con ciclistas y patinetes a velocidades inapropiadas, los sobresaltantes individuos en monopatín y ya pronto en zancos saltadores, que causan furor entre los viandantes con vocación de canguro.
Caminante, no hay camino ni harás camino al andar: ya puedes fundar asociaciones de peatones y reivindicar tus derechos, tan antiguos. Ya puedes gritar a los cuatro vientos que tú estabas antes, que has caminado toda tu vida y también en vidas anteriores. Ya puedes reivindicar una ciudad más humana (qué risa), más atenta con los débiles, los mayores, los niños, los vulnerables... Sólo algún que otro ayuntamiento querrá intentarlo, pero no te hagas ilusiones: no se lo permitirán. ¿Quieres caminar por la ciudad sin riesgos? Pues hala, ¡al caminódromo! Y a pagar entrada, que seguro que a más de uno ya se le ha ocurrido el negocio. Allí te encontrarás con todos esos que, aunque no pueden ir al trabajo sin un artilugio rodante, irán al caminódromo para hacer ejercicio, como van también al gimnasio. Y el caminódromo se llenará de gente que anda y anda para no llegar a ninguna parte. Nada, que no podemos resistirnos a lo que es tendencia.