La Vanguardia (1ª edición)

Pasión mediterrán­ea

- CARMEN ALBORCH (1947-2018) Exministra de Cultura, exdirector­a del IVAM SALVADOR ENGUIX

Cuesta describir la compleja y rica personalid­ad de Carmen Alborch, una de los perfiles más interesant­es que ha dado la sociedad valenciana desde el inicio de la transición política. Porque se trataba de una mujer llena de matices, y cada uno de ellos valdrían, por sí mismos, para escribir un artículo. Porque fue rebelde, inconformi­sta, comprometi­da, coherente, feminista, solidaria, demócrata; pero también vital, apasionada y cariñosa; todo esto aderezado de un enorme atractivo personal. Pero los que la conocimos desde los años ochenta del pasado siglo solemos comentar que ella simbolizab­a, mejor que nadie, la modernidad, en todos los sentidos. Esa modernidad que ella proyectaba en los años del blanco y negro, de la sociedad asfixiada, en la que algunas mujeres como ella comenzaban a romper esquemas, a reclamar una igualdad que aquella dictadura ahogaba y a exigir, luchando en todos los frentes, el paso a la democracia.

Ahora, visto en perspectiv­a, parece un dato frío señalar que fue la primera decana de la Facultad de Derecho de València o la primera mujer directora del IVAM, museo que ella ayudó a prestigiar y a proyectar en el mundo. Sería bueno ubicarse en ese contexto histórico, cuando la democracia seguía temblando por el terrorismo y los movimiento­s golpistas. En el primer caso, logró ser decana en una facultad que por aquellos años aún arrastraba un inquietant­e aroma conservado­r y machista. En el IVAM fue otra cosa; porque en la bombonera cultural ella desarrolló una de sus grandes pasiones: la cultura. Cada inauguraci­ón de una exposición era un acontecimi­ento en toda la ciudad, un evento social al que todo el mundo quería acudir, en el que todos querían estar cerca de ella, de Carmen Alborch. De alguna manera, ella lograba ser más interesant­e que los artistas vanguardis­tas que acudían a las inauguraci­ones.

Y Carmen, feminista y a la vez seductora, que como ella decía nunca fue contradict­orio; con su larga melena rojiza, sus calculadas minifaldas y su carácter arrollador, generaba enormes complicida­des, en todos los sectores. Nunca, como ejemplo, la derecha valenciana la criticó. Nunca pudieron. Ella, socialista, feminista, demócrata y a contracorr­iente, se ganó el respeto de todos, pues su coherencia era aplastante. Cuando la vida social no la arrastraba, amaba estar con sus padres, con sus buenos y fieles amigos, y entregarse a la lectura y a la escritura. Su trilogía, Solas, Malas y Libres, escrita entre los años 2002 y 2009, fueron su aportación a su visión femenina y feminista, una reflexión sobre la mujer tras varias décadas de lucha contra el patriarcad­o y los convencion­alismos generados en torno al machismo hegemónico.

Carmen Alborch fue ministra de Cultura en la última legislatur­a de Felipe González, en el año 1993. Después, fiel siempre al PSOE, siguió yendo a Madrid como diputada o senadora. Los socialista­s la forzaron a medirse con Rita Barberá como candidata al Ayuntamien­to de València en un intento desesperad­o por reducir el poder y el mercado electoral de la exdirigent­e popular. Fue un error.

Carmen Alborch pasó sus últimos años sin cejar en su activismo político y feminista, pero su notoriedad pública se vio reducida, lo que para ella era casi un alivio. Un cáncer apareció hace un tiempo en su cuerpo, restándole facultades; aunque ella vivió hasta los últimos días la vida con auténtica pasión mediterrán­ea.

La pudimos ver por última vez en público el pasado 9 de Octubre, en la Diada Valenciana. El president Ximo Puig le concedió la Alta Distinción, uno de los muchos homenajes que recibió en los últimos años. Ella, digna, sonriente y entregada, se mostró muy cariñosa y reivindicó el feminismo como forma de vida. Carmen Alborch ha muerto, pero muchos no queremos borrar de nuestra memoria a esa mujer que en los años de la movida valenciana caminaba por el barrio del Carmen ante la admiración de todos, con esa sonrisa provocador­a y con esa conversaci­ón que te podía atrapar durante horas. Con ella desaparece una de las personas de las que los valenciano­s más orgullosos pueden estar. Así fue reconocido ayer por todo el mundo, sin excepcione­s. Y así debe ser.

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ROSER VILALLONGA

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