La Vanguardia (1ª edición)

Roca en la plaza de Trilla

- Julià Guillamon

Cuando escribí Jamás me verá nadie en un ring no tenía ni idea, pero la fama de Pedro Roca llegó hasta Madrid. El diario La Voz del 22 de julio de 1933 publicó una noticia con el título: “Porque metía ruido cuando bailaban la sardana le incendian y le destrozan el automóvil”. Explicaba el episodio de la plaza Lesseps. Estaban bailando sardanas. En aquel momento “pasó a toda velocidad un automóvil particular, armando un ruido infernal”. Era el coche de Roca. “Los vecinos suplicaron al conductor del coche que no hiciera tanto ruido, pero el vehículo reanudó su marcha en la misma forma y, entonces, indignado el público, echó tras él logrando alcanzarlo en la plaza de la Trilla, donde arremetió contra el coche, volcándolo y destrozánd­olo. El conductor del auto y propietari­o del mismo es el boxeador Pedro Roca, conocido con el sobrenombr­e del Uzcudun de Gracia y tuvo que salir huyendo de aquel lugar porque la gente pretendía lincharlo. Poco después se presentó en la delegación de Policía, denunciand­o lo ocurrido y reclamando 1.000 pesetas que, según él, valía el coche destrozado”. La noticia también salió en El Sol del 23 de julio de 1933 que tituló “El vehículo detonante. Un boxeador a punto de ser linchado”.

Cuando de joven has hecho cosas de estas puede ser que de mayor no quieras que las sepan tus hijos. Es lo que pensaba yo cuando, en el bar Las Heuras, le explicaba al hijo de Roca que había escrito un libro sobre su padre. El hombre estaba absorto. Le comenté delicadame­nte que, después del incidente de las sardanas, desapareci­ó de la circulació­n y que, como no le encontré por ninguna parte pensé que había muerto en la guerra. Me explicó que la familia tenía un colmado en Salt y que regresó a casa. En Salt existe un famoso psiquiátri­co, igual pasó allí una temporada, como se dijo. Al cabo de un tiempo ya volvía a circular por el mundo, vendiendo coches de segunda mano como antes de la guerra.

Me contó dos cosas más, interesant­es para mi historia. La primera: cómo conoció a su esposa: la abordó en un cine. ¡Pero si esto es una escena de Amor que oyó amor, la novela delirante que publicó en 1933! No sé si Roca, en su momento de máxima ofuscación, imaginó que pasaría y luego pasó, o si lo puso en la novela porque ya había pasado o si iba probando suerte hasta que le salió. También me contó que su padre no hablaba nunca de boxeo, pero que odiaba a Gironès porque decía que fue torturador en las checas. ¿Lo sabía porque se lo había dicho alguien de confianza o porque lo iban contando por ahí? No llegamos a aclarar nada. Parece ser que tenía una foto con todo el team Artero y que había borrado de ella a Gironès. Pensé que después de conocer al hijo igual tenía que modificar el final de mi libro. Pero decidí que estaba bien como estaba. Había imaginado que Roca bajaba por el Torrent de l’Olla en un Hispano Suiza y que iba saludando a la gente con la manaza. Le veía lustroso, triunfante. Si acaso, ahora, haría que aparcase, rodeado de chiquillos que le admiraban, en la plaza de Trilla.

Me contó que la familia tenía un colmado en Salt y que Roca regresó a casa: en Salt existe un famoso psiquiátri­co

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