Beckmann o la inspiración del desterrado
El Thyssen presenta una gran retrospectiva del pintor alemán en España, centrada en el exilio
Sombrío y colorista. Trágico y vital. Realista y espiritual. Siniestro y festivo. Así de paradójico es el arte del alemán Max Beckmann que desde este jueves y hasta el 27 de enero se exhibe en el Museo Thyssen de Madrid. La exposición, centrada en el destierro del artista a partir de 1937 y titulada Beckmann. Figuras del exilio, viajará después a CaixaFórum de Barcelona (21/II-26/V). Es la primera retrospectiva del autor en España tras otra menor hace ya 21 años en la Fundación Juan March.
Beckmann es venerado en su país, como lo prueba el la muestra fuera inaugurada ayer por el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier. En la Alemania que le tocó vivir, la de Adolf Hitler, Beckmann pasó sin embargo de ser un respetado artista e intelectual a formar parte de la nómina de creadores apestados a quienes los nazis hicieron la vida imposible y empujaron a huir. Él se fue a los Países Bajos en cuanto, en 1937 los nazis lo incluyeron en su exposición Arte degenerado, donde pretendían ridiculizar obras como las suyas o de George Grosz, Max Ernst o Vasili Kandinski.
Beckmann era muy individualista y huyó de toda etiqueta para su arte; del mismo modo que evitó cualquier militancia política, rehusó afiliarse a ningún movimiento artístico, aunque reconocía su admiración por Picasso e inevitablemente bebió de distintas influencias, desde las debidas a los ecos del romanticismo hasta las relacionadas con el expresionismo que le fue contemporáneo –aunque abjurase de los vanguardistas de este movimiento– pasando por las de Cezanne y Van Gogh, Max Liebermann y Lovis Corinth. Pero él fue un personalísimo testigo e intérprete de su tiempo durante los años más cruentos del siglo XX. Es en este sentido “el gran pintor de la historia” en la centuria, decía ayer el comisario de la muestra, Tomàs Llorens.
La exposición se estructura en dos secciones, antes y después del destierro del autor, que en realidad empezó cuando los nazis lo destituyeron de su cargo en la escuela de arte de Fráncfort y él se fue a Berlín para pasar más desapercibido. La primera sección, Un pintor alemán en una Alemania confusa, corresponde a los años de éxito en su propia tierra y a sus visitas a París desde que en 1930 abrió allí un estudio. Las obras de este periodo son eclécticas, con abundancia de retratos. “Amo tanto la pintura justamente porque me obliga a ser objetivo. No hay nada que odie tanto como el sentimentalismo”, escribió en 1918.
La segunda y más amplia sección de la muestra se divide en cuatro imágenes metafóricas, como corresponde a un artista “fundamentalmente alegórico” aunque a base de sugerencias y símbolos de muy abiertas interpretación. Cada metáfora es, según Llorens, una modalidad de exilio. Empezando por La máscara, donde lo esencial es la obsesión por la identidad, como el pintor refleja la multiplicidad de papeles en los autorretratos: acróbata, payaso, músico, mujeriego... La segunda parte se titula Babilonia eléctrica, nombre que designa a las nuevas grandes ciudades como lugares paradigmáticos de la pérdida de identidad del hombre moderno y donde todo es ligereza y confusión en contraste con el carácter hogareño de los pueblos. El largo adiós enmarca los cuadros que de un modo u otro equiparan a la muerte cada partida hacia un destino remoto. Y en El mar, última parte del recorrido, el exilio se asocia a la incertidumbre y la ausencia de límites de ese elemento donde “no hay lugares y todo flota”. Es el tema de la última de las obras de Beckmann: el tríptico de Los argonautas, que terminó de pintar justo antes de morir de un infarto, en Nueva York, el 27 de diciembre de 1950: el fin de un viaje heroico por el arte y la historia.
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