Vaivenes
OBC
Director: Robert Treviño Lugar y fecha: L’Auditori 20-21/X/2018
Un programa ecléctico, aunque con algún elemento en común quizá sin haber sido previsto. Por un lado The light of the end de la gran compositora rusa Sofia Gubaidulina que en esta etapa tardía de su producción da la sensación –como le ha pasado a Penderecki– de haberse wagnerizado.
La admiración por el gran germano es uno de los grandes placeres del melómano, pero para disfrutarlo, y no para llevarlo al pentagrama. Parece que esa “luz del final” hubiese marcado esta partitura de Gubaidulina, agradable, pero nada más, y alejada de su obra anterior. Y no se explica que se le dedique medio programa de la OBC, habiendo en casa tan buenos compositores en silencio.
Los directores suelen imponer venir con los deberes hechos, y no tener que estudiar algo nuevo. Y estos rasgos wagnerizados sí que dieron unidad al programa: los tres únicos movimientos acabados por Bruckner de su Novena sinfonía muestran su admiración por Wagner. Pero siempre en lenguaje propio de este gran compositor, tan poco comprendido aún porque es muy difícil de interpretar, sobre todo cuando se va por la superficie.
La complejidad se esconde detrás de una apariencia de contrastes, y los dos movimientos primeros (en los que se explica por parte del compositor con claridad lo expresivo: Misterioso por ejemplo en el primero) resultaron una versión plana, solamente contrastada en la dinámica que es un recurso primario.
Bruckner propone y exige vectores que transmiten la fuerza interior de su discurso, es maestro en las tensiones y también en las largas divagaciones. Y el comienzo de la obra, hasta la eclosión del primer motivo por el tutti, careció de intensidad, y así en muchos momentos. He de decir que tampoco es fácil para un director modelar cosas tan sutiles en menos de una semana de trabajo –el domingo sonó mejor, con mayor consistencia– trabajando además con una orquesta en la que casi la mitad de sus músicos no forman parte de ella regularmente, sino que acuden como colaboradores ocasionales. De este modo, si además el director no profundiza en el lenguaje y sus inflexiones, en la homogeneidad del sonido –o porque no lo siente o no le interesa–, nos quedan estas versiones planas, solamente compensada por la fuerza interior del adagio final, que sonó más coherente.
La cuerda alta necesita trabajar mucho, y más en esta circunstancia en que no todos conocen cómo suena su compañero, y en el conjunto se escucha la falta de cohesión. Hasta hubo desajustes en las maderas. La libertad que a veces conceden algunos directores sin velar por la intensidad expresiva y por la secuencia que lleva a la conclusión –salvo recurriendo al volumen– es determinante y es factor de riesgo cuando la plantilla es tan variopinta, aunque todos sean muy buenos músicos. Se necesita trabajo de equipo, y esto no se logra con tanto homenaje a Bernstein…