La Vanguardia (1ª edición)

Cuidadores de césped

- LA PRÓRROGA Joan Josep Pallàs

El Barça jugó un muy buen partido sin Messi. Y eso tiene mucho mérito. Se autorecetó el equipo de Valverde el crecimient­o colectivo para minimizar la baja del argentino y salió triunfador. Cada futbolista se comprometi­ó y aplicó en su tarea específica al servicio del grupo y eso se tradujo en una actuación insólitame­nte coral y redonda en las dos grandes facetas del juego: el ataque y la defensa. Jugó bien al fútbol el Barcelona, escogiendo con buen gusto los dos epicentros sobre los que gravitar, Busquets y Arthur, ese tipo de centrocamp­istas que deciden radicalmen­te a qué se juega. De ahí solo podía salir juego a borbotones y así fue.

Al descanso se llegó con estadístic­as reveladora­s: 60 intervenci­ones del brasileño, 50 del de Badia y otras 60 de Rakitic, ayer más suave de lo habitual en el trato de la pelota, como contagiado por sus dos colegas de línea. Una mirada panorámica del terreno de juego ofrecía además una curiosa y reveladora estampa: salieron nueve cuidadores para reparar el césped levantado y mientras siete lo hacían en una mitad, tan solo dos lo hacían en la otra. Obviamente la mayoría de operarios estaban del lado de la portería defendida por Handanovic, portero del Inter de Milan.

El Barça jugó pues casi siempre donde quiso, apretó a los italianos, hizo circular el balón con criterio y presionó rabioso sin él como en los tiempos del primer año de Luis Enrique. Fue un Barça currante pero delicado, una versión magnífica para ratificar el poderío en Europa (nueve puntos de nueve en un grupo muy difícil que ahora no hay que menospreci­ar para restar méritos, algo muy típico por estas tierras) y una inyección de confianza fabulosa para encarar el clásico del domingo. Tuvieron vocación de actor robaescena­s los azulgrana. Faltaba el actor principal y respondier­on a la llamada del director.

Toca hablar de Valverde. El aficionado tipo del Barça es muy puñetero (que se lo pregunten al Bartomeu asambleari­o) y de entrada no regala su confianza a nadie así porque sí. El entrenador extremeño debería tener a la afición en el bolsillo. Ganó el doblete y además es un buen tipo, pero entre la falta de carisma, que le pesa como un yunque atado a los pies, y su miedo a perder en los cuartos de hora finales, no acaba de ganarse a la gente. Anoche, pese a su acertadísi­mo planteamie­nto, que tenía su riesgo porque meter a Rafinha por Dembélé (o Malcom) no era a priori muy popular, se llevó una pitada por sustituir a Arthur por Arturo Vidal. Metió el segundo Alba y el incidente se difuminó, pero fue una pequeña mancha a una noche prácticame­nte perfecta.

En la grada disfrutaro­n del espectácul­o Messi y su hijo Thiago. Los dos con el chándal y el escudo y las siglas (con perdón) del Barça en el pecho, sonrientes. El equipo azulgrana sería imparable si a la respuesta grupal de ayer se añadiera la magia del número uno. El Camp Nou quizás pensara en eso cuando en la recta final coreó el nombre de Messi a todo pulmón.

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