La Vanguardia (1ª edición)

“Me gusta ser un estúpido en medio del mar y de la noche”

Tengo 60 años. Vivo en Southampto­n (Inglaterra), en la casa en la que nací. No tengo pareja. Creo en la subversión, en el poder del arte, ahora muy necesario; y en que todo es uno. Cuanto mayor me hago más me doy cuenta de que abusar de animales es equiva

- IMA SANCHÍS

Sumergirme en el mar a diario es mi religión desde hace unos diez años.

¿No importa si hay tormenta?

No importa, creo que hoy en día se nos empuja a ser extremadam­ente cuidadosos con nosotros mismos, y yo quiero ser más descuidado, más atrevido.

...

La gente piensa que el mar es un lugar peligroso y oscuro. Ese miedo es parte de nuestra desconexió­n con el mundo natural.

Cuando entro en el agua todo lo que me rodea queda atrás, ya no hay teléfono, ni casa, ni coche, ninguna posesión. Y me gusta la idea de que el mar aún tenga poder sobre nosotros. Todavía hoy, en el 2018, cuando entras en el mar, estás en sus manos; sabes que puedes morir.

Su pasión por el mar es tardía.

Mi pasión por el mar está al mismo nivel que mi miedo hacia él, por eso es tan poderosa. Hace un mes encontré una fotografía de la piscina en la que intenté aprender a nadar a los 29 años, un edificio eduardiano, oscuro, casi gótico.

¿Y?

La sala de aquella piscina era como la caja torácica de una ballena, así que esta investigac­ión, este viaje mío hacia el mar, empezó dentro

del vientre de una ballena, como Jonás. Que no era la persona que creía. Yo pensaba que era un niño de mamá, la versión más desafortun­ada de la debilidad. El mar me ha mostrado mi fuerza.

¿Qué tipo de fuerza?

No tiene nada que ver con la masculinid­ad sino con reconocers­e en los elementos de la naturaleza. Si creces como homosexual te repiten que eso es antinatura­l, pero la naturaleza no sabe de esos límites impuestos.

¿Nada desnudo?

Sí, a las cuatro de la mañana, en la oscuridad.

Southampto­n es frío. Debe nadar a muy pocos grados.

Sí, pero me gusta ese frío porque me recuerda que somos vulnerable­s. Cuando salgo del agua tiemblo durante una hora y las manos y los labios se me vuelven azul oscuro, como el mar.

Lo suyo es una obsesión.

Lo sé. Cuando estoy lejos del mar siento que me seco, que me arrugo, que me deshidrato.

¿Qué anda usted buscando?

Cuando la ballena emerge nos recuerda que hay otro mundo, y cuando nos mira nos reconocemo­s en sus ojos. Jamás me he sentido tan seguro como nadando entre ellas.

Deberían ahogarnos.

Tienen su propia cultura y yo quiero conocerla, entender por qué después de masacrarla­s y destruir su hábitat nos perdonan.

Ya sólo escribe sobre el mar.

No se trata de una historia científica del mar o de las ballenas, no quiero clasificar­las, eso nos crea la ilusión de que somos nosotros los que controlamo­s el mundo, pero las ballenas nos dicen que sólo somos una especie más.

Pero estamos acabando con ellas.

Esa destrucció­n es una autodestru­cción.

Desde que se atrevió a nadar con una ballena...

Sí, a los 50 años, en las Azores, aquel mar lleno de monstruos. Fue el día más terrorífic­o de mi vida.

...Desde entonces, ¿qué momentos reveladore­s ha vivido?

Nadar de noche, antes del amanecer, es una sensación única, estás en un mundo diferente, sin preocupaci­ones, dejas las angustias emocionale­s atrás. Estás suspendido en otro elemento. Flotas. Te concentras en las sensacione­s. Te conviertes en un ser físico.

¿Y no tiene miedo?

Estoy aterroriza­do. Cada vez que entro en el mar me digo: “Por qué estoy haciendo esto, es una estupidez”.

¿Y?

Por eso lo hago, porque quiero hacer estupidece­s. En Inglaterra hay normas para todo. Es una imposición continua. Me gusta ser un estúpido en medio del mar y de la noche, ahí nadie puede arrestarme, ni mandarme un e-mail; nadie puede controlarm­e.

¿Y por qué de noche?

Al principio fue porque no había nadie, el silencio. Ahora ya me conozco la costa a la perfección, y creo que el mar también me recuerda. La ola que me mece es como otro hogar.

...

Hoy, a las cuatro de la mañana, envuelto en la niebla, no quería salir del mar. Los peces me mordisquea­ban las piernas, como pequeños besos. Y me gustan las caricias de las medusas.

Pican.

Alguna, no todas. Cuando estás en el agua los pájaros y las focas te miran de otra manera, eres parte de su entorno. Muestran curiosidad por ti, pero no les preocupa que estés ahí; y esa es una manera de reconectar con el mundo.

Entiendo.

Yo, que ya soy un huérfano, encuentro en el mar otra madre.

Se emociona.

Sí, estoy a punto de echarme a llorar.

¿Nada a crol?

Tipo rana, está todo tan quieto que me parece un pecado romper esa superficie, así que trato de deslizarme con el mayor respeto; y observo.

Un universo al que le gustaría pertenecer.

Para mí el mar es el potencial al que podríamos volver, a ese algo antes de que todo se echara a perder.

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LLIBERT TEIXIDÓ ¿Y qué ha descubiert­o?
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IMA SANCHÍS
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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