Otoño amenazador
Los últimos meses del año suelen darnos sustos. Y parece que el 2018 no será una excepción: los signos que se acumulan indican que los potenciales riesgos que se oteaban en el horizonte de la economía global se están convirtiendo en realidad. Vayamos por orden, aunque no es fácil destacar una sola línea de causalidad.
Primero fue el FMI, advirtiendo de los riesgos del aumento de deuda sobre el futuro de China y otros países, emergentes o avanzados. Por ello no ha de sorprender que la reducción del crecimiento del gigante asiático durante el último trimestre se haya trasladado a notables caídas en sus bolsas. Pérdidas que se han extendido al Nikkei japonés, que ha retrocedido a niveles de septiembre del 2017, y al Kospi de Seúl, que cotiza un 20% por debajo del pasado enero.
En paralelo está el aumento de tipos de interés en los EE.UU. y el anuncio de la finalización del programa de compras de deuda pública del BCE: el inicio de la reducción de liquidez que ello implica ha tenido ya dramáticas consecuencias sobre algunos países emergentes, como Argentina y Turquía.
En tercer lugar, se encuentra el mal de altura de la bolsa americana, acentuado por el convencimiento que el choque fiscal expansivo de Trump es de corto recorrido y anticipa problemas, entre ellos aumentos de precios. Además, los últimos beneficios empresariales no son esperanzadores ¿Resultados? Pérdidas en sus bolsas: el Nasdaq tecnológico retrocedió un 4,4% el pasado miércoles, la caída más importante en un día desde el 2011, mientras el S&P 500 ha perdido prácticamente todo lo ganado en el 2018.
Añadan a ello las tensiones comerciales chino-americanas. Aunque ahora parecen encontrarse en situación de stand by no se fíen. Además, sus efectos se dejan ya notar en el incremento de precios de importación en los EE.UU. y los pésimos registros empresariales en Alemania, cuyo índice de gestores de compras está en mínimos de los últimos tres años y medio. Con ello, tampoco ha de sorprender que las bolsas europeas registren pérdidas.
Finalmente, Europa suma los problemas de un Brexit inacabado, y aparentemente inacabable, y el choque Italia-Comisión Europea. El aumento de la prima de riesgo italiana, que se mueve inversamente con el precio de su deuda pública, comporta tres efectos colaterales a los que hay que prestar atención. Primero, su creciente coste de refinanciación, que añade más presión justo en unos momentos en los que el BCE se retira del mercado. Segundo, pérdidas potenciales para una banca, la italiana, que es la gran prestamista de su gobierno y que arrastra severos problemas. Finalmente, tensiones sobre el futuro del euro y del proyecto europeo.
Italia, guerras comerciales, deuda global, bolsas en máximos y cambio en las políticas monetarias definen lo que podría terminar siendo una tempestad perfecta. Esperemos que no sea así, y que esas amenazadoras nubes se deshagan. Aquí, para consuelo, tenemos a San Draghi: si todo empeora siempre nos quedará su intervención.
Italia, deuda global, bolsas en máximos, guerras comerciales... todo perfila la llegada de la tormenta perfecta