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El intento de los gobiernos populistas por limitar la libertad de prensa, y la presentación de una candidatura única de las dos Coreas para organizar de manera conjunta los Juegos Olímpicos del 2032 .
LA decisión de las dos Coreas de presentar una candidatura única para organizar de manera conjunta los Juegos Olímpicos del 2032, que se ha concretado esta semana, es un importante avance en la llamada diplomacia deportiva que ambos países iniciaron hace un tiempo. Ello va mucho más lejos de una colaboración puntual como las que se han producido hasta ahora. Se trata de un objetivo que obligará a intensificar la relación entre los dirigentes, los deportistas y los ciudadanos de las dos Coreas durante los próximos catorce años, lo que necesariamente deberá contribuir a un acercamiento progresivo entre ambas naciones, que es, en último extremo, lo que se persigue.
La clave para que ello se consiga está en que el Comité Olímpico Internacional (COI), en su momento, elija efectivamente la candidatura de las dos Coreas para los Juegos Olímpicos del 2032, una decisión que no se conocerá hasta el 2025. Hasta ahora también se han interesado en celebrarlos la ciudad australiana de Brisbane, la región alemana de Renania del Norte-Westfalia e India. Pero no hay duda de que la propuesta coreana tiene suficiente atractivo político y deportivo como para desbancar, de entrada, a las demás. De hecho, ya ha sido muy bien recibida por el estamento olímpico. El propio presidente del COI, Thomas Bach, ha expresado su deseo de que las conversaciones entre ambos países alcancen el progreso necesario para una candidatura exitosa. Si así fuera, como dice, el deporte podría volver a contribuir a la paz en la península coreana y en el mundo. Si la candidatura sale adelante, será la primera vez en la historia en que una edición de los Juegos sea organizada por dos ciudades, las capitales de ambos países: Seúl y Pyongyang.
La citada propuesta olímpica es resultado de la cumbre que mantuvieron hace un mes en Pyongyang el líder norcoreano, Kim Jong Un, y el presidente sureño, Mun Jae In, quienes desde principios de año protagonizan un acercamiento entre los dos países, que técnicamente se mantienen en guerra desde 1950.
Desde que en 1953 acabó la guerra entre las dos Coreas, que duró tres años y ocasionó tres millones de muertos, el clima bélico se ha mantenido latente, y las relaciones han estado dominadas por el recelo y las amenazas. Nunca hasta ahora, con la intención conjunta de organizar unos Juegos Olímpicos, se había producido una colaboración tan estrecha entre ambos países. Puede ser un gran paso hacia el deshielo y hacia la paz. Es difícil avanzar en esa línea, ya que las diferencias entre las dos Coreas parecen insalvables, pero el deporte abre el camino.