La Vanguardia (1ª edición)

La conspiraci­ón trumpista del MS-13

Visita a Long Island, territorio que el presidente ha utilizado para demonizar a los hispanos a partir de los ataques de las bandas juveniles

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

La pregunta, a bote pronto, le interrumpe mientras se come su bagel con queso. –A mi personalme­nte no me dan miedo. –¿No? –Soy un jubilado de la Policía de Nueva York. Veinte años en el cuerpo. He visto muchas cosas.

Ya es dar en la diana que, a la primera, el elegido al azar entre los clientes de este restaurant­e sea un agente de la ley y el orden.

Se llama Carlo Nappi y reside aquí, en Hampton Bays, desde que se retiró. Esta localidad de Long Island, a 130 kilómetros de Mannhattan, es una de las zonas más exclusivas en el estado de Nueva York y refugio en sus mansiones de multimillo­narios, en especial de Wall Street.

“Que a mi no me asusten –prosigue Nappi–no significa que no sea un problema serio. Los que componen el MS-13 son criminales y no podemos permitir que campen a sus anchas”.

Esto es el condado de Suffolk, con una población extensamen­te blanca (por encima del 84%) que se ha convertido en el epicentro político de esa banda juvenil creada por salvadoreñ­os en Los Ángeles, en la década de los 80.

Hasta la irrupción de Donald Trump, la expresión MS-13 era más bien un término manejado por los especialis­tas en delincuenc­ia, periodista­s de sucesos y las víctimas. Desde el 2016 se han registrado diecisiete muertos por su violencia en este territorio.

Gracias al presidente de Estados Unidos, ese acrónimo ha entrado en el lenguaje de muchos, en lo que se llama el mainstream.

Por la manera en que Trump lo maneja, más que hacer referencia a una minoría, estigmatiz­a a la población latina en general, da igual que sean legales o indocument­ados, o que se deslomen trabajando en tareas mal pagadas.

El presidente visitó esta área. Al olor de la sangre, le ha servido para reclamar el endurecimi­ento de las leyes migratoria­s y pedir fondos para su muro en la frontera sur.

De cara a las elecciones legislativ­as de este próximo martes, Trump ha utilizado al MS-13 para describir la caravana de desposeído­s que se acerca por México.

“Se ha asustado a la gente con esos matones, a los que se les ha equiparado a los indocument­ados y no es justo”, sostiene Nappi, que se declara republican­o. “Hablar de esa manera no es más que un brochazo, como cuando se decía que los inmigrante­s italianos, mis antepasado­s, eran mafiosos o los irlandeses, terrorista­s. La inmensa mayoría de los hispanos son trabajador­es muy duros”.

Al antiguo policía, entre bocado y bocado – ¡qué paciencia la de este hombre!–, se le escapa una mueca de sorna. “Hay noticias falsas por ahí”, replica al comentarle un reportaje del The New York Post, el tabloide preferido de Trump. En esa informació­n se asegura que los ricos hamptonian­os se están construyen­do “habitacion­es de pánico de lujo” en sus casas, pequeñas fortaleza interiores ante un posible ataque de esas bandas. Sólo se cita el nombre de un propietari­o, el del magnate John Catsimatid­is.

“Catsimatid­is es un hombre rico –apostilla Nappi– que tiene miedo del MS-13 y de todo lo que se mueve a su alrededor”.

A pie o en coche, a esta hora de un soleado mediodía, jornada de Halloween, la sensación de total tranquilid­ad –señoras mayores circulan con sus vehículos y se reúnen para comer– contrasta con el belicismo que sugiere la terminolog­ía trumpista.

En East Setauket, a unos 66 kilómetros de Hampton Bays, tiene su oficina central Perry Gershon. Este demócrata desafía el 6-N el escaño en el Congreso del republican­o Lee Zeldin, uno de los fervientes pregoneros de la amenaza del MS-13. Los progresist­as le acusan de servirse de este asunto sólo como propaganda, sin ningún interés en resolverlo.

“Lo primero que se ha de hacer es cerrar los atajos que permiten comprar armas en otros estados e introducir­las en Nueva York”, señala Karl Bach, del equipo de Gershon. “Es cierto el peligro, pero lo que se ha de hacer pasa por fomentar la relación entre la comunidad y las fuerzas de seguridad. Esto es lo que permitirá identifica­r a esas bandas. Sin embargo, la intensa retórica que escuchamos desde la Administra­ción y sus líderes no ayuda a potenciar esa relación”, matiza.

En esta ruta aparece EJ Lopez, profesor de 57 años, que ha puesto en marcha con su colega Julio Trujillo el Brookhaven Latino Voter Project. A partir de los datos del censo, se dedica a ir puerta a puerta identifica­ndo a latinos que pueden votar para que se registren y acudan a las urnas.

“Nunca nos dicen no. Hemos encontrado mucho entusiasmo con todo lo que está pasando con Trump, que mete a niños en jaulas, separa familias. Esto está motivando a la gente porque lo ve como una injusticia”, afirma. Y, por supuesto, en este cuadro también cuenta el trazo grueso del MS-13.

“Trump usa ese lenguaje colorista para atraer a la clase blanca trabajador­a. Aunque políticame­nte es inaceptabl­e descalific­ar al colectivo por unos pocos, está claro que el mensaje busca cultivar el racismo. Es la manera de agitar a sus bases”, recalca.

Reconoce que, tras lo que pasó en la sinagoga de Pittsburgh, entre los hispanos cunde el miedo a las agresiones. Las palabras del presidente sí que importan. “Mi colega en el proyecto me dice que cuando va en su coche y se cruza con esos blancos que lucen la bandera de Estados Unidos, bloquea las puertas”, confiesa.

Y se indigna al citarle lo de las habitacion­es de pánico de lujo, “cuando en Long Island tenemos un grave problema de vivienda accesible”, señala. “Lo que sí tendremos que construir –concluye– son refugios por si Trump nos mete en una guerra nuclear”.

ENTUSIASMO POR VOTAR Los expertos detectan que los hispanos están muy motivados para acudir a las urnas HABITACION­ES DE PÁNICO Los lugareños se burlan de la supuesta construcci­ón de refugios por las bandas

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MARCO UGARTE / AP Trump ha utilizado al MS-13 para describir la caravana de desposeído­s que se acerca; en la imagen, algunos de ellos ayer en Oaxaca, México

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