Por la libertad de prensa
LA libertad de prensa es una columna vertebral de la democracia, como lo son los partidos políticos, los derechos individuales o la separación de poderes. La existencia de medios de información que se expresan libre y responsablemente es un derecho que los ciudadanos han conquistado en un largo proceso emancipador. Aunque la libertad de prensa ha tenido siempre detractores a uno y otro extremo del arco político, de un tiempo a esta parte han aparecido iniciativas de gobiernos populistas salidos de las urnas que pretenden limitar, cuando no anular, ese derecho fundamental.
Esta nueva cruzada de gobiernos con tintes autoritarios contra la prensa y los medios que no les son afines se dirige casi siempre contra diarios, revistas, emisoras y digitales que son referentes de calidad informativa. El caso más paradigmático es la guerra emprendida por el presidente Donald Trump en Estados Unidos, un país en el que la prensa libre ha sido una característica desde su misma independencia, en el siglo XVIII. El primer día de su presidencia, en enero del 2017, Trump definió a los periodistas como “los seres humanos más deshonestos de la Tierra” y desató una guerra contra diversos medios, en especial el canal de noticias CNN o el mítico The New York Times, entre otros, a los que acusa de fabricar fake news, entre los aplausos de sus correligionarios.
Pero no es el único caso. En Italia, el Gobierno salido del Movimiento 5 Estrellas y de la Liga ha emprendido una batalla contra La Repubblica, el segundo diario del país y un referente de la independencia mediática y de la libertad de prensa que se ha destacado por su posición crítica con el populismo de los grillini. Una batalla que incluso ha llevado al líder del M5E a exigir a las empresas públicas que no contraten su publicidad con el diario romano. Que la Rusia de Vladímir Putin haya terminado con la relativa libertad de prensa que gozó el país con Boris Yeltsin mediante la presión económica o las trabas administrativas puede no sorprender; pero provoca evidente malestar que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que ha clausurado más de ciento cincuenta medios y que mantiene en prisión a un centenar de periodistas, se erija en el defensor de la libertad de prensa en el caso del periodista saudí Jamal Khashoggi, asesinado y descuartizado en Estambul por los servicios secretos de su país, tras exhibir una moderada posición crítica.
La actitud de Trump con la prensa ya se imita en otros países. El recién elegido presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, mantiene un contencioso con el diario Folha de São Paulo, el segundo del país, al que acusa de fabricar fake news en su contra y al que ha condenado a no tener acceso a publicidad del sector público. La misma técnica que utilizan en Polonia, cuyo Gobierno ha estrangulado el sector con una ley de medios públicos que ha provocadodespidosmasivos,destitucionesydimisiones, multas astronómicas a los medios privados y trabas permanentes a los periodistas críticos, una ofensiva que ha condenado la Unión Europea.
Estos y otros muchos atentados a la libertad de la prensa prueban ante todo el vigor y la pertinencia de su labor, acaso más necesaria que nunca, pero indican también que estamos ante una amenaza real a la convivencia. Precisamente ante este riesgo que corre el sistema de libertades es necesario mantener la alerta pública y la denuncia de estas prácticas. Por el bien de la democracia, no deben tolerarse los intentos de someter los medios de comunicación a la voluntad de los gobiernos.