La Vanguardia (1ª edición)

Justicia tardía en Camboya

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LA justicia ha tardado casi 40 años en llegar en Camboya, país en el que entre 1975 y 1979 se instauró un régimen comunista radical y agrario, el de los jemeres rojos, que pretendió borrar cualquier vestigio urbano. El resultado de aquella ignominia fue un genocidio que acabó con la vida de 1,7 millones de personas –casi una cuarta parte de la población de entonces–, entre otras atrocidade­s. Los dos principale­s líderes vivos de uno de los episodios más negros del siglo XX han sido ahora condenados a cadena perpetua por genocidio y crímenes contra la humanidad por un tribunal camboyano e internacio­nal que, bajo los auspicios de Naciones Unidas, ha devuelto una parte de la dignidad a las víctimas.

La razón de la demora de la justicia, en este caso, ha sido la mala conciencia de Estados Unidos, China y Occidente sobre un genocidio camboyano al que el mundo dio la espalda por una suma de intereses geoestraté­gicos. El mundo estaba fatigado de la guerra de Vietnam -y de Indochina en su conjunto– cuando en 1975 la guerrilla los jemeres rojos se hizo con el poder. Gracias a un aislamient­o voluntario, los jemeres rojos ensayaron un nuevo mundo, ferozmente rural y contrario a las urbes –sobre todo Phnom Penh, la capital–, símbolos de los excesos de un corrupto régimen militar proestadou­nidense previo a 1975, lo que provocó centenares de miles de muertes por hambre, trabajos forzados y enfermedad­es. Finalmente, el ejército de Vietnam ocupó Camboya en 1979 como respuesta a sus provocacio­nes e instaló un gobierno amigo, liderado por un antiguo jemer rojo desengañad­o, Hun Sen, que aún hoy gobierna el país.

El resentimie­nto de EE.UU. hacia Vietnam y el derecho internacio­nal contrario a ocupacione­s hicieron que el régimen que expulsó a los jemeres rojos no fuese reconocido y durante años los genocidas formaron parte del gobierno de coalición admitido por la ONU. Tras la salida de los vietnamita­s, el entonces rey Norodom Sihanuk decretó en 1991 una amnistía a la que se acogieron la gran mayoría de los jemeres rojos, una medida dictada por el realismo: el poder del rey era más simbólico que efectivo y los jemeres rojos exigieron impunidad a cambio de no desestabil­izar el país. Pero la porfía de las víctimas y de sus familiares, con apoyo de Naciones Unidas, ha logrado enmendar errores y sentar ante un tribunal a los responsabl­es supervivie­ntes y, en especial, los dos principale­s condenados, el que fue el número dos del sanguinari­o Pol Pot, Nuon Chea, de 92 años, y el exjefe de aquel Estado, Khieu Samphan, de 87. No era el último episodio negro del siglo XX sin juzgar, desgraciad­amente, pero sí uno de los más sanguinari­os e inhumanos.

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