LA CATEDRAL SE LLENA PARA EL ADIÓS A CABALLÉ
Únicamente con la misma excelencia con la que Montserrat Caballé había embelesado en vida a públicos de tantos y tantos teatros de ópera cabía ahora despedirse de ella. Y así fue tenido en cuenta ayer, en el emotivo acto litúrgico que el Liceu y la familia de la soprano organizaron en la catedral de Barcelona, un mes después del funeral en el Tanatori de Les Corts.
Hasta seiscientas personas fueron entrando en silencio en el templo en un mediodía en el que la llovizna sobre el asfalto barcelonés poco importaba ya. Las sillas llenaban la nave sin abarrotarla mientras en el crucero yacían los instrumentos de la Simfònica del Liceu, cuyos músicos estarían rodeados por un coro de 90 voces, las del Liceu –algunos habían cantado hacía años con Caballé– y las de la Polifònica de Puig-Reig. Ni siquiera había sido necesario ensayar por separado, ambos coros tenían fresca la pieza.
Diez cámaras de La 2 se distribuían para ofrecer en directo la ceremonia/concierto, que arrancó con el sobrecogedor Adagio para cuerdas de Samuel Barber al tiempo que el cardenal Joan Josep Omella, arzobispo de Barcelona, accedía de la sacristía al altar acompañado por el decano de la catedral, Josep Ramon Pérez; el canónigo, Josep Serra, y el arcipreste Josep Vives.
A la derecha del presbiterio se situaba la familia, con los hijos y el marido de la soprano en primera fila, visiblemente emocionados. A la izquierda ocupaban los bancos las autoridades, comenzando por los ministros Meritxell Batet y José Guirao, la consellera Laura Borràs, el vicepresidente de la Mesa del Parlament, Josep Costa, la directora del Inaem, Amaya de Miguel, y el presidente del Liceu, Salvador Alemany. Del Ayuntamiento acudía únicamente el tercer teniente de alcalde, Jaume Asens, que compartía la segunda fila con, entre otras, la portavoz del PP Dolors Montserrat. Ni la alcaldesa Ada Colau ni el president Quim Torra asistían al acto.
El bilingüismo imperó en este “réquiem por el eterno descanso de Montserrat Caballé”. Mosén Omella comenzó dando la bienvenida en catalán para acto seguido recordar a la difunta en castellano, como una “mujer prudente y amable, de actitudes conciliadoras”. “La llevamos en el corazón en tantos momentos en que su canto nos levantó el espíritu, nos elevó el alma, nos llenó el corazón de belleza y arte”. Y concluyó en catalán con el deseo de que la oración y la música del Réquiem “suban al cielo como el incienso”.
El director musical del Liceu, Josep Pons, inició el Réquiem de Verdi con un cuadro de solistas que había sido escogi do de acuerdo con la familia. La participación de la soprano Ainhoa Arteta era una petición expresa, y tenía por delante un doble reto: cantar en calidad de amiga y defender un papel que Caballé había elevado al séptimo cielo.
También el bajo Alexander Vinogradov había sido propuesto por la familia, mientras que la mezzo Anna Larsson y el tenor Nikolai Schukoff se encontraban en Barcelona para otras actuaciones en el Liceu.
La catedral absorbió la experiencia artística contribuyendo a crear un extraordinario clima de solemnidad y emotiva elegancia. Un sentimiento que perduró llegado el final, contendiendo la gente el aplauso hasta que los artistas hubieron presentado sus respetos a la familia. Arteta fundiéndose en un abrazo con la también soprano Montserrat Martí, la hija de Caballé, y otras imágenes de cariño reconfortante que fueron captadas por las cámaras. Lástima que a la salida, algunos aficionados que siguieron la ceremonia desde la pantalla instalada en el Liceu advirtieron de los numerosos cortes que había sufrido la retransmisión por satélite. Habrá que esperar a que otro canal lo emita en diferido para captar la esencia.
Seiscientas personas despiden a la soprano en la catedral de Barcelona con un emocionante ‘Réquiem’ de Verdi