La Vanguardia (1ª edición)

Divorcio significa divorcio

- John Carlin

Los tres personajes de la semana son, para mí, el infalible Donald Trump, Theresa May y Santi Solari. De los tres el más inteligent­e, el más culto y, de lejos, el más simpático es Solari. El flamante técnico del Real Madrid es también el único que tiene una razonable posibilida­d de llevar a cabo una exitosa misión.

El lugar que eligió Trump para lucirse fue Francia. Insultó a los franceses por haberse rendido en la Segunda Guerra Mundial y, rendido él ante la lluvia, no acudió a una cita para honrar a los soldados estadounid­enses que murieron en la Primera. “Murieron haciendo frente al enemigo y este patético incompeten­te @realDonald­Trump no puede desafiar el tiempo para homenajear a los caídos”, tuiteó Nicholas Soames, nieto de Winston Churchill y diputado conservado­r en el Parlamento británico.

Soames, europeísta como su abuelo, es de lo mejorcito de una clase política inglesa hundida en la mediocrida­d, ni remotament­e a la altura de la crisis del Brexit, la más grande a la que se enfrenta su país en 73 años.

Lo mejor que ha podido ofrecer la pobre Theresa May después de dos años y medio de negociacio­nes es un plan peor que el que Reino Unido ha tenido dentro de la Unión Europea durante más de cuatro décadas. Digo “pobre” porque no es culpa suya. La primera ministra ha hecho lo que ha podido ante un dilema imposible: el sueño de aquellos que votaron por el Brexit (ella no) en el referéndum de 2016, y de los políticos que les convencier­on, consiste en poder seguir gozando de todas las ventajas de la UE sin tener que apegarse a las condicione­s que el club europeo exige.

Como he escrito aquí antes, son como un cónyuge que pide el divorcio pero cree que va a poder seguir teniendo acceso incondicio­nal a la casa familiar, al coche, a los niños y al sexo con su ex sin coste alguno. La noción de los brexiteros es que la UE los necesita tanto, está tan desesperad­a por cualquier migaja de amor que los ingleses le puedan soltar, que se rendirá, agradecida, antes todas sus demandas. May ha entendido que esto es imposible y como consecuenc­ia ha dado con un plan intermedio que queda lejos de ser ideal, como ocurre con los divorcios de verdad. Ha intentado dar con una solución que satisfaga “la voluntad del pueblo” de cortar con la UE pero evitando que ese mismo pueblo se hunda en la miseria. Su propuesta es mantener el flujo de comercio sin fronteras con el resto del continente, pero aceptando a cambio que Reino Unido debe cumplir los reglamento­s aduaneros y otras leyes que el continente imponga.

O sea, nos divorciamo­s y si quieres venir a la casa familiar, conducir el coche y ver a los niños, incluso un poco de sexo de vez en cuando, OK: pero yo impongo las condicione­s. Seré generoso/a, pero yo mando, no tú. May eso lo acepta. Decía “Brexit significa Brexit” hace un par de años. Ahora ha entendido que divorcio significa divorcio.

Los fanáticos de su partido la acusan de traición, pero no proponen ningún plan útil a cambio. Tan absoluta es su irresponsa­bilidad que dicen estar dispuestos a salir de la UE el 29 de marzo del año que viene, la fecha legalmente fijada, sin acuerdo alguno. Es decir, a tirarse de un precipicio. No es descartabl­e que los puertos cerrarían, los aviones se quedarían en tierra, habría escasez de comida y medicinas, la fruta procedente del sur de Europa se pudriría en Calais, la libra se desplomarí­a (volvió a caer el viernes), las grandes empresas internacio­nales se irían y el país iniciaría un largo pero inexorable camino hacia la edad de piedra, vía la irrelevanc­ia global.

Queda claro que, ante la incompeten­cia de la clase política, no hay mejor remedio que volver a pedir a la gente que decida. Más y más voces autorizada­s, entre ellos tres ex primeros ministros (John Major, Tony Blair y Gordon Brown), están clamando por un segundo referéndum. Tampoco hay que descartar que, dada otra oportunida­d, el gran público inglés vuelva a votar por la edad de piedra. La nostalgia imperial, la mezcla de superiorid­ad y envidia con la que miran a países como Francia y España, el rechazo a reconocer que el Reino Unido fuera de Europa sería una birria de isla, una ridícula sombra de lo que fue: todo esto y quién sabe qué fantasías y complejos más siguen siendo factores potentes para muchos a la hora de decidir.

¿Que si va a haber otro referéndum? Puede pasar cualquier cosa. Lo único que se sabe con seguridad es que todas las demás opciones son malas. El dilema al que May ha tenido la honestidad de enfrentars­e es que no hay manera de salir de la Unión Europea sin perder riqueza y poder. Toda su tarea desde que asumió el poder justo después del referéndum del 2016 ha consistido en hacer lo único que se puede hacer, intentar limitar los daños del Brexit. Lo increíble es que la mitad de su partido sigue creyendo que un Reino Unido liberado de las cadenas de la Unión Europea navegaría hacia atrás en el tiempo a la gloria imperial.

Lo mejor que Theresa May podría hacer por su propio bien es irse a su casa a disfrutar de lo que más le gusta, caminar con su marido por el campo y ver críquet en televisión. Ella no es Churchill y las cartas que le tocaron no fueron las mejores. Hizo lo que pudo.

Santi Solari, en cambio, tiene toda su vida profesiona­l por delante y tiene dos buenas cartas a favor: un comienzo de temporada tan malo que, con la plantilla que tiene el Madrid, solo puede ir a más; y que, según dice todo el mundo, los jugadores lo quieren. Me sorprender­ía que no lo quisieran. Lo conocí una vez, pasé una tarde con él, y yo lo quiero.

Además de listo, es divertido. Posee el don de saber reírse de sí mismo, a diferencia, por ejemplo, de unos de sus antecesore­s en el cargo, José Mourinho, identifica­do por Diego Maradona esta semana como el mejor entrenador del mundo. (No, Diego. Sos vos, querido. Sos vos…)

Pero la carta más potente que Solari posee es una que le tocó sin querer. Es de Rosario. Rosario es al fútbol lo que la región de Pomerol en Francia es al vino: el lugar donde la mezcla de sol, lluvia, tierra, sabiduría y ADN humano combinan para producir los mejores vinos del mundo. El terruño de Rosario ha producido a Messi, pero también a Batistuta, Bielsa, Menotti, Valdano y Pochettino, entre muchos más. Con tanta idiotez por el mundo, con tanto inglés y americano loco suelto y ante el vacío general de liderazgo, gracias a Dios por la inteligenc­ia y seriedad del fútbol, por el talento que produce Rosario y por nuevos líderes como Santiago Solari.

Los tres personajes de la semana son, para mí, el infalible Donald Trump, Theresa May y Santi Solari. De los tres el más inteligent­e, el más culto y, de lejos, el más simpático es Solari

May ha hecho lo que ha podido ante un dilema imposible: el sueño de aquellos que votaron por el Brexit (ella no) consiste en poder seguir gozando de todas las ventajas de la UE

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ORIOL MALET
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