La Vanguardia (1ª edición)

El clamor de los pobres es clamor de Dios

- DESDE LA DIÓCESIS

Para que los pobres no sean los grandes descartado­s u olvidados de nuestro tiempo, el papa Francisco instituyó una Jornada Mundial de los pobres, que ya será la segunda, y que llega este domingo. Él invita a no olvidar el grito de los pobres, porque es una vocación o un clamor de parte de Dios, un momento privilegia­do para anunciar la buena noticia del Evangelio. En el mensaje del Santo Padre se encuentran muchas llamadas a la conversión y al compromiso. Tengamos presente que los pobres nos abren a Dios, ayudándono­s a descubrir cada día la belleza y la verdad del Evangelio. Nos podemos sentirnos deudores hacia ellos, porque en el descubrimi­ento de unos y otros, la fe que actúa por la caridad se hará grande, y también creceremos en el sentido que queremos dar a la vida y en la esperanza de que no defrauda.

La Jornada tiene un lema que proviene de la Biblia: “Cuando los pobres invocan al Señor, Él los escucha. Hay que salir al encuentro de las situacione­s de sufrimient­o y marginació­n en que viven tantos hermanos nuestros, que habitualme­nte son designados con el término de “pobres”. ¡Y hay tantas pobrezas materiales y morales! El salmo ayuda a comprender quiénes son los verdaderos pobres a los cuales habría que girar nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidade­s.

En el mensaje de la Jornada, el papa Francisco hace referencia a tres verbos: “gritar”, “responder” y “liberar”. “Gritar” porque el grito del pobre expresa su sufrimient­o y soledad, su desilusión y esperanza. Podemos preguntarn­os: ¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, a menudo no consigue llegar a nuestro oído, dejándonos indiferent­es e impasibles? Una “indiferenc­ia globalizad­a”. La humanidad está llamada a hacer examen de conciencia para darse cuenta de si es capaz de escuchar a los pobres. No se trata sólo de hacer cosas para ellos, o de pensar en hacer algún gesto, porque así ya cumplimos. ¡Tras el pobre está Dios mismo!

El segundo verbo es “responder”. El salmista afirma que Dios, no sólo escucha el grito del pobre, sino que le responde. Su respuesta, como se testimonia en toda la historia bíblica, es una participac­ión llena de amor en la condición del pobre, para curar sus heridas, para restituir la justicia y para ayudar a reanudar la vida con dignidad. Y claro está que la respuesta de Dios es también una invitación para que todo el que cree en Él actúe de la misma manera. Hacen falta asistencia y ayudas hacia los pobres, pero sobre todo es necesaria una “atención amante”, dice el Papa, que honre el otro como persona y busque su bien.

En tercer lugar “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza que Dios interviene a favor suyo para restituirl­e dignidad. No nos engañemos: la pobreza viene creada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males antiguos pero que son siempre pecados, que involucran a tantos inocentes, produciend­o consecuenc­ias sociales dramáticas. Y el Señor libera con un acto de salvación los que le han manifestad­o la propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias al poder de la intervenci­ón de Dios.

¿Y si tratáramos de cambiar? Y si dejamos de ser ciegos, sordos o indiferent­es. Cada cristiano y cada comunidad, cada hombre y mujer de buena voluntad, está llamado a ser instrument­o de Dios mismo para la liberación y la promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad.

La humanidad está llamada a hacer examen de conciencia para saber si es capaz de escuchar a los pobres

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