El dilema Dembélé
Parece que el Barça tiene un problema con Dembélé y Dembélé tiene un problema con el mundo. Le ha dado por llegar tarde a los entrenamientos o fumárselos sin el menor aviso. Ernesto Valverde, que no tiene fama de duro, pero sí de inteligente, decidió que el misterioso jugador francés tenía mejor asiento en la grada que en el banquillo. Casi fue tan relevante el castigo a Dembélé como la derrota frente al Betis, el único equipo que le ha hecho al Barça lo que el Barça solía hacer a los demás.
Dembélé comienza a estar a la altura de su incipiente fama de rebelde. Se escuchaban rumores, se filtraban algunos comentarios difusos y, de vez en cuando, llegaba alguna noticia de sus problemas disciplinarios. Ahora es un caso certificado. Cuando un entrenador toma decisiones tan visibles, la etiqueta del futbolista en cuestión está garantizada: es un problemático. No se suele regresar de esa reputación.
El asunto invita al conflicto, con una derivada preocupante para el Barça. Cualquier equipo de fútbol es material sensible, sometido a equilibrios muy delicados. Cada día se miden las relaciones de poder internas, las distancias con el entrenador, las diferencias con los dirigentes y la cohesión del grupo. No hay fisura pequeña. Cualquier problema, por pequeño que parezca, invita a la fractura. Un equipo, por armonioso que parezca, siempre es una bomba en potencia. Lo importante es no cebarla.
La directiva y Valverde tendrán que hilar fino para no convertir el caso Dembélé, un problema aislado hasta el momento, en una cuestión tóxica. Es decir, divisoria en la plantilla, la hinchada y el periodismo. No es fácil manejar estas situaciones, porque a los dembelés del fútbol no les faltan apoyos. Siempre resulta atractiva la figura del rebelde sin causa, un relato que funciona especialmente bien entre los futbolistas.
La idea del artista incomprendido o víctima de sus propios demonios invita al cariño y a la literatura, en el fútbol con especial éxito. La mística del fútbol es terreno abonado para la narrativa del jugador que pudo ser, no lo fue y se agranda en la memoria de la gente. George Best se abandonó a los 23 años, con un efecto sorprendente: su tormentosa vida le desmejoró como jugador, pero le convirtió en una leyenda para la eternidad.
Por raro que parezca, Best cada día juega mejor. La narrativa histórica, tan partidaria de este tipo de personaje, le ha convertido en el capitán de los míticos rebeldes, una especie que sobrevive mucho mejor al paso del tiempo que los grandes profesionales, con el valor añadido del cariño popular. Se les quiere más. Bobby Charlton ha sido probablemente el mejor jugador inglés de todos los tiempos, jugó casi diez temporadas junto a Best en el Manchester United y fue un profesional intachable. No intenten la comparación entre los dos en Inglaterra. George Best, apenas tres temporadas entre los mejores de Europa, le gana por goleada popular.
Aunque apunta a jugador problemático y a un destino corto en Barcelona, Dembélé es un jugador más importante en el Barça de lo que parece. Convierte sus principales defectos –imprevisión y anarquía– en una cualidad para los días más atascados del equipo. En su condición de rebelde, o de ingobernable, no tiene reparo alguno en saltarse el metódico montaje del Barça, con un resultado igual de desesperante para su equipo como para los rivales, tan acostumbrados al cartesiano juego azulgrana que les cuesta interpretar las extravagantes decisiones de Dembélé.
A Valverde y al club les toca manejar todos los dilemas que les provocará Dembélé. Tendrán que impedir la contaminación del caso en la plantilla y evitar que el jugador francés dimita mentalmente de sus obligaciones. Con todas sus imperfecciones, el equipo le necesita esta temporada. Del futuro no hay mucho que hablar. Nadie le ve en el próximo Barça.
A Valverde y al club les toca manejar el caso de un jugador más importante de lo que parece