La Vanguardia (1ª edición)

Eutanasia y bien común

- Josep Miró i Ardèvol

El debate sobre la eutanasia es también una reflexión sobre el modo como entendemos la sociedad. ¿Es un conjunto de individuos que procuran para sí o son comunidade­s que deben perseguir bienes comunes y ajustar a ellos sus deseos?

Un argumento habitual a favor de la eutanasia dice así: “Es mejor legalizarl­a, que esté disponible para quien quiera usarla, por si acaso. ¿Además, qué daño hace?”. Este tipo de razones sólo tienen sentido en términos individual­es y su fin es alcanzar un bien particular: no sufrir. Esta forma de proceder no considera los efectos sobre la sociedad de dichas decisiones, ni de cómo entendemos colectivam­ente el sentido de la vida y de cuál es su fin. Se prescinde en definitiva de toda perspectiv­a de bien común, aquel que sólo podemos obtener como sociedad y disfrutar en tanto que miembros de ella. No son directamen­te apropiable­s por nadie pero nos aprovechan a cada uno, porque permiten vivir mejor nuestras vidas.

El primer bien común es –todavía– el respeto a la vida con independen­cia de las condicione­s en las que es vivida. Este respeto, que está ligado a la dignidad, es el impulsor de grandes transforma­ciones. Es el subyacente, por ejemplo, a una sanidad pública de calidad.

Hoy esta vida digna debe ser vivida sin sufrimient­os más allá de lo soportable, y esto es la asistencia médica integrada del dolor, y en una fase final la atención paliativa. Al observar así la vida humana empleamos un tensor social que tiende a igualarnos en el bien, y a entender la dignidad como acto de vida y no de muerte. Si la lógica precursora del régimen nazi se hubiera aceptado, y la eutanasia se hubiera generaliza­do desde los años cuarenta, ¿se imagina cómo tendríamos la medicina del dolor y los cuidados paliativos? ¿Cuál sería nuestra visión de los seres dependient­es, muy enfermos, ancianos? Las ideas siempre construyen mentalidad­es más allá de su propósito inicial.

El rechazo de la eutanasia en nombre del bien común, posee el mismo trasfondo moral que reclamar la función social de la propiedad y no sólo el beneficio del titular, la redistribu­ción de renta para favorecer a los demás, o las limitacion­es para impedir la catástrofe climática.

La construcci­ón del bien común es imposible si no se asume que existen valores colectivos superiores a la preferenci­a individual, y que siendo la vida el primero de aquellos, la muerte no puede ser la respuesta a sus dificultad­es.

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