La Vanguardia (1ª edición)

Macron, mea culpa y plan de choque

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EL presidente de la República, Emmanuel Macron, rompió anoche su silencio –una semana de mutismo pese a la gravedad de la revuelta en los últimos dos fines de semana– y se dirigió solemnemen­te a la nación para entonar un mea culpa y anunciar un “estado de emergencia económico y social” encaminado a apaciguar el malestar social, más allá incluso de los chalecos amarillos, a quienes, por otra parte, advirtió de que no tolerará nuevas violencias ni saqueos. Acaso para contrarres­tar la acusación de pasividad y apremiado por la gravedad de las protestas, Macron anunció un paquete de medidas sociales –a cargo del Estado y no de las empresas, insistió– como una subida de 100 euros del salario mínimo, rebajas fiscales para los pensionist­as que no ingresan 2.000 euros mensuales, aligeramie­nto impositivo sobre las horas extras e incluso una singular petición a las empresas para que compensen a sus empleados con “una prima de fin de año”, libre de impuestos.

Emmanuel Macron se juega estos días el quinquenat­o después de 19 meses en el palacio del Elíseo. De ahí que tratase de recuperar la conexión que le llevó a la presidenci­a con una plataforma a su medida, al margen de los partidos tradiciona­les. Consciente de la gravedad del momento para Francia y –sobre todo– para el curso de su mandato, el presidente Macron planteó ayer un pacto muy ambicioso: medidas conciliado­ras y apertura de un diálogo amplio con todos los interlocut­ores sociales, económicos y políticos a fin de desarticul­ar las protestas, cuyos perjuicios alarman a sectores como el comercio y la hostelería –el Ministerio de Economía estima que el crecimient­o del cuarto trimestre se verá afectado en una décima–. Y no sólo eso, Francia se ha sumado peligrosam­ente y a su manera tan particular y revolucion­aria a la inestabili­dad que sacude hoy a Europa, bajo el Brexit, el principio del fin de la era Merkel, el desafío de Italia a la UE y el ascenso de los movimiento­s extremista­s.

El próximo sábado, fecha en que está convocada la quinta jornada de protesta en París de los chalecos amarillos, se verá si Macron dispone de margen de maniobra para reconducir la situación y dar un nuevo impulso a su programa. El presidente francés se disculpó ante quienes pudieron sentirse heridos por algunas de sus frases sobre las reivindica­ciones o los propios chalecos amarillos. Con humildad, reconoció que existe “un malestar” extendido y profundo, transversa­l –de estudiante­s a pensionist­as–, cuyas causas dijo haber comprendid­o, si bien las atribuyó a los últimos cuarenta años. Es un buen diagnóstic­o, extensible a todo el mundo desarrolla­do, el primer paso para tratar de encarrilar el retorno a la normalidad. No obstante, la falta de liderazgo del movimiento de los chalecos amarillos –al margen de sindicatos o partidos tradiciona­les– dificulta atisbar si ese “estado de emergencia económico y social” sofocará las protestas. Las del pasado sábado fueron menos violentas y multitudin­arias respeto al anterior –el Gobierno ya había anunciado que retiraba la subida de impuestos sobre carburante­s, origen de la revuelta– y es previsible que esta rectificac­ión presidenci­al divida a los chalecos amarillos.

A medio plazo –y ese es el gran reto–, Macron tiene que compaginar la respuesta al descontent­o de las clases medias con la creación de empleos sin aumentar las cargas fiscales a las empresas ni el descontrol del déficit. Un desafío para después de la tormenta.

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