La Vanguardia (1ª edición)

Vías y trenes

- Pilar Rahola

Imposibili­tados de tener vía propia, las vías de otras naciones triunfan en el diccionari­o del atribulado nacionalis­mo catalán. En sus tiempos ya tuvimos la metáfora de la vía lituana, que usó el president Pujol, aunque con rebaja convergent­e, no en vano Pujol aseguró que Catalunya era como Lituania, pero España no era como la URSS. Es decir, éramos nación, pero no se daban las circunstan­cias para ser Estado.

Después triunfó la vía eslovaca, ese acuerdo de seda, civilizado y pacífico entre Chequia y Eslovaquia. Sin duda, esa partición acordada es el paradigma de la pureza democrátic­a. Por cierto, recuerdo que el nacionalis­mo español de la época aseguraba que Chequia había dejado escapar a Eslovaquia porque era un territorio pobre, que representa­ba un lastre, más que un beneficio. Lo que no explicaban es que incluso la pobreza, gobernada por uno mismo, resultó ser menos pobreza. Y, en medio de todas las independen­cias surgidas al albur de la caída del comunismo, siempre estuvo presente la cuestión balcánica, con Eslovenia como espejo afín. Pero tiene razón Francesc-Marc Álvaro que los Balcanes nunca fueron una cita simpática, no en vano aquella guerra sangró a Europa. Y entre bálticos, eslovacos y Balcanes, llegó la vía escocesa, que es la más cercana a Catalunya, tanto por vocación propia como por situación política y económica. Lo cual no significa que, tampoco, la vía escocesa sea la vía española, porque España sólo acepta que Catalunya esté en vía muerta.

Entre trenes sin vía, pues, y vías alternativ­as estábamos cuando el president Torra decidió recordar la vía eslovena y se abrieron las puertas del infierno. Por supuesto, a los contrarios no les importa nada que Torra no esté a favor de ninguna violencia y que, en todo caso, la violencia en Eslovenia no vino del lado independen­tista, sino del serbio, cuyos líderes también iban a caballo, gustaban de las armas y hablaban de reconquist­a. Si algún debate debería producirse en España es, precisamen­te, sobre su incapacida­d para resolver democrátic­amente un conflicto territoria­l, tanto como habría que preocupars­e por los tics intolerant­es favorables a cualquier tipo de intervenci­ón en Catalunya, que se dan entre las formacione­s de la derecha, con exministro­s como Margallo asegurando que no se irán pacíficame­nte de Catalunya. Que se rasguen las vestiduras según qué adalides naranjas o azules, con el amiguito extremo susurrando en la oreja, es un ejemplo más de la hipocresía indecente en la que está sumido el nacionalis­mo español más retrógrado. Pueden hacer todo el ruido que quieran, pero continuará­n mintiendo: Torra no está a favor de ninguna violencia, ni él, ni ningún otro líder independen­tista. Al contrario, si alguien sufre violencia institucio­nal, vía represión, son esos mismos líderes.

Dicho lo cual, quizás deberíamos dejarnos de vías ajenas y centrarnos en encontrar el riel de nuestros propios trenes.

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