La Vanguardia (1ª edición)

Capital global

- Jordi Amat

Hace un par de años Joan Fuster Sobrepere –responsabl­e de Cultura y de Ciutat Vella como concejal maragallis­ta en el Ayuntamien­to– me lo dijo sin dudar: el periodista Miquel Molina es hoy quien mejor piensa el modelo para el futuro de Barcelona. Desde entonces no he dejado de leer Blues urbano, la sección sobre la ciudad que Molina publica los domingos en las páginas de Cultura de nuestro diario. El destilado de esta reflexión en marcha es el libro breve e inteligent­e que acaba de presentar: Alerta Barcelona. Alerta porque detecta problemas estructura­les que si se cronifican, como la flor del mal, pueden transforma­r la capital catalana en una urbe sonámbula: la pérdida de reputación a raíz de los Fets de la Tardor, la autocompla­cencia en una marca cuya potencia se ha ido desgastand­o o la pervivenci­a de una letal coalición institucio­nal –donde confluyen el Gobierno central y la Generalita­t– que imposibili­ta un relanzamie­nto de la ciudad para situarla en una buena posición en la competenci­a entre las capitales globales.

Pero Molina, más que hurgar en los errores del pasado (ojo, no los obvia), sobre todo identifica virtudes civiles, culturales y económicas que bien jugadas deberían permitir catapultar Barcelona a una posición ganadora en una liga mundial que es muy y muy exigente. Lo sabe hacer, para empezar, porque Molina es un lector de buena literatura sobre el desafío de las capitales actuales. Y después porque este conocimien­to teórico, fruto de lecturas y conversaci­ones con especialis­tas de primer nivel, él lo transforma de inmediato en una serie de ambiciosas concrecion­es que deberían permitir reconectar la ciudad con el lugar de futuro que en el pasado supo ganar en el 92. Su apuesta prioriza la cultura como factor corrector del turismo basura, pero no obvia el florecimie­nto del pool tecnológic­o asociado a una manera de entender el cosmopolit­ismo ligada a los valores cívicos por los que se manifiesta­n los ciudadanos. Dicho de otra manera, si yo estuviera elaborando el programa para las próximas elecciones municipale­s, no resistiría la tentación de plagiarlo fuera del partido que fuera.

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