La Vanguardia (1ª edición)

Tiempos complejos

- Fernando Ónega

Lo más sugestivo e intrigante del momento político es que nadie sabe qué está pasando ni en qué puede terminar todo esto. Quizá nos falten profetas, pero nos faltan también diagnóstic­os para acertar en la solución. Los conflictos existentes en Europa se agravan, aparecen algunos nuevos y la sensación primaria se parece a la que dibujaba Gramsci para definir la crisis: “La crisis consiste en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer y en ese terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos”.

Quizá el fenómeno más morboso sea la aparición y ascenso de la extrema derecha en todos los países de la UE, a los que se acaba de unir España. Dado el carácter creciente de la tendencia, estamos viendo que todos los partidos conservado­res se dejan arrastrar por ella, como antes se dejaron llevar por la socialdemo­cracia y asumieron la mayoría de sus principios, hasta el punto de que resultaba difícil distinguir sus programas.

Ahora la socialdemo­cracia se nos muere porque no supo aportar soluciones a la crisis económica y la derecha se desangra por su extremo porque sus soluciones resultaron injustas. Ninguna de las dos fuerzas dominantes desde 1945 sabe qué hacer ante las migracione­s, las desigualda­des o la pérdida de soberanía por las exigencias de la Unión. Y ahí aparecen las soluciones fáciles del populismo: del de izquierdas, con su emulación del comunismo; el de derechas, que se puede confundir con el fascismo, y el nacionalis­ta, que llevó al Reino Unido a romper con sus aliados y en Catalunya acaba de alcanzar su máximo nivel de arrebato al propugnar la fórmula eslovena, que hará pagar “un precio alto, injusto, pero inevitable”, como dijo Toni Comín.

Tiempos difíciles. A lo dicho añadamos: espontáneo­s que en Francia provocan una revolución y quieren deslegitim­ar a un presidente elegido; crisis del sistema representa­tivo en la opinión popular; demagogos en el poder, como en Italia; manifestac­iones contra el designio de las urnas, como en Andalucía; insólitos gobernante­s que amparan a revoltosos frente a las fuerzas del orden, como en Catalunya. No es extraño que no haya quien haga un diagnóstic­o global ni vislumbre una solución.

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