La Vanguardia (1ª edición)

Involución

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Toda Europa está en plena involución. Lo que se ha vivido estos últimos días en Francia con las manifestac­iones de los chalecos amarillos es una prueba bien evidente. Ha sido –y parece que continuará– un estallido de violencia que ha sorprendid­o a los mismos convocante­s. Ciertas escenas han superado las imágenes del Mayo del 68, para poner de manifiesto una insatisfac­ción que encuentra en la violencia desatada la expresión de un malestar inequívoca­mente revolucion­ario.

Y Francia, históricam­ente, ha liderado siempre todas las intentonas revolucion­arias en Europa. En este caso, Marine Le Pen y Mélenchon bendicen a la vez y con entusiasmo la respuesta social, cargando a Macron la responsabi­lidad de los alborotos y los destrozos. Un populismo creciente saca provecho de la coyuntura y coincide por encima de barreras ideológica­s en el objetivo de derrocar el sistema. Son pocos los que saben lo que está en el origen de la respuesta actual; lo que importa es la voluntad de poner en cuestión el sistema en su conjunto, ocupando calles, destrozand­o mobiliario urbano, enfrentánd­ose con la policía, etcétera.

Francia lidera, pero los demás países europeos viven fenómenos populistas que trastornan las bases del sistema emergido de la Segunda Guerra Mundial. Sin ninguna vergüenza, nuevos movimiento­s se reclaman continuado­res de ideologías que llevaron a la guerra y a la muerte a miles y miles de personas. En Italia una ola de nostalgia ultraderec­hista y antieurope­a sacude la estabilida­d institucio­nal. Países nórdicos se plantean medidas que dan escalofrío­s a la sensibilid­ad democrátic­a. En Inglaterra, el Brexit hace tambalear los cimientos de la democracia histórica. Polonia, Hungría y otros países de la antigua Europa del Este recuperan lenguajes y medidas que los habían llevado a la división interna y a la confrontac­ión suicida.

Europa vive un proceso de involución antidemocr­ática contra la que debería oponerse la fuerza de la unidad de los partidario­s de hacer descansar en la libertad, el pluralismo y la tolerancia las bases de la convivenci­a. Por el momento, parece que interese más denunciar lo que el populismo puede representa­r que el serio esfuerzo de hacerle frente. Denunciar y, a veces, con las mismas armas que los populistas emplean. Es más fácil exhibir sentimient­os que construir pautas unitarias de comportami­ento democrátic­o.

La involución no es discutible; está aquí. Se ve, se constata, no se esconde. Lo que no se ve, ni se constata es la respuesta. Porque esta –la respuesta– no debe ser la de ir a bofetadas por la calle; ni dedicarse a insultar a los votantes tentados por el populismo involucion­ista. Por esta vía sólo fracasarem­os. Siempre ganan los que aquí, en la calle, en el escenario de la violencia, en el simplismo demagógico es donde quieren moverse. Aunque no guste es en las institucio­nes donde ha de ganarse la partida.

No parece que sea por esta vía por donde se quiera ir. El “todos contra todos” parece ser más atractivo que el “entre todos y para todos”. Seguro que sumar querrá decir renunciar, pero dividiendo no hay futuro. Todo se reduce lamentable­mente a mirar hacia horizontes pasados. Y el pasado no engaña: lo sabemos. Es, en todo caso, en el futuro donde se puede buscar la esperanza. Y, para hacerlo, hay muchas herramient­as, mucha voluntad; y ¡también mucha necesidad! No hay suficiente con denunciar el populismo que vuelve, hay que hacerle frente desde el compromiso integrador que aúna las voces múltiples de la democracia pluralista. Los involucion­istas no quieren respetar; su fuerza es la intoleranc­ia. ¡No debatamos en su campo!

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