La Vanguardia (1ª edición)

EE.UU. presiona a Colombia para que reduzca la producción de cocaína

Washington muestra su preocupaci­ón por el incremento del cultivo de coca

- ROBERT MUR

La producción de hoja de coca y de cocaína en Colombia no para de crecer a pesar de los esfuerzos del Gobierno y de las millonaria­s aportacion­es de EE.UU. desde hace dos décadas para luchar militarmen­te contra el narcotráfi­co. El secretario de Estado estadounid­ense, Mike Pompeo, se mostró “profundame­nte preocupado” por esta situación tras reunirse en Cartagena de Indias con el presidente colombiano, Iván Duque, que el año pasado ganó las elecciones enarboland­o la bandera del combate contra las drogas. Colombia es el mayor productor de cocaína del mundo, y EE.UU., el principal consumidor.

“Estados Unidos sigue profundame­nte preocupado por el aumento de los cultivos de coca y de la producción de cocaína en Colombia desde el 2013, y por su impacto en cada uno de nuestros dos países”, dijo Pompeo el miércoles en una declaració­n junto a Duque. “Seguiremos trabajando con usted, señor presidente, para disminuir los cultivos y la producción un cincuenta por ciento de aquí al 2023; sabemos que también tenemos que poner de nuestra parte para reducir la demanda en nuestro país”, agregó el secretario de Estado dirigiéndo­se a su anfitrión. Ambos países firmaron el año pasado un acuerdo para reducir en un lustro las plantacion­es de coca a la mitad.

Por su parte, Duque agradeció a Pompeo “el firme compromiso de ayudarnos a nosotros a desmantela­r las redes de crimen organizado”. Ideado a finales de los años noventa del siglo pasado, durante las administra­ciones de Andrés Pastrana y Bill Clinton, Bogotá y Washington pusieron en marcha el denominado Plan Colombia, un programa financiado por EE.UU. a razón de una media de 350 millones de euros anuales que incluye el envío de militares al país sudamerica­no para colaborar con sus fuerzas armadas en la desarticul­ación de las bandas de narcotrafi­cantes y la erradicaci­ón de cultivos mediante fumigacion­es masivas, aunque también subvencion­a a campesinos para desincenti­var el rentable cultivo de coca.

El Plan Colombia, cuestionad­o por la izquierda y organizaci­ones de derechos humanos, dio frutos en sus primeros años, reduciéndo­se las plantacion­es de amapola y la producción de heroína. Sin embargo, la presión militar hizo que los campos de coca se trasladara­n a zonas selváticas cada vez más inaccesibl­es y, aunque se logró disminuir su cultivo, a partir del 2013 volvió a incrementa­rse. Según la Casa Blanca, las plantacion­es de coca crecie- ron hasta el récord de 209.000 hectáreas en el 2017, un 11% más que el año anterior, mientras que la producción de cocaína pura aumentó un 19%, hasta las 921 toneladas.

No obstante, la ONU rebaja la cifra de plantacion­es de coca y en un estudio habla de 171.000 hectáreas en el 2017, un 17% más que en el 2016, aunque ese dato equivale igualmente a máximos históricos. El informe de las Naciones Unidas indica que el 80% de la coca se ha cultivado en la misma zona del Pacífico colombiano durante los últimos diez años con un aumento del 33% de los campos respecto al 2012.

Duque asegura que Colombia erradicó el año pasado 80.000 hectáreas de cultivos ilícitos y se comprometi­ó a eliminar 100.000 hectáreas a lo largo del 2019. El presidente llegó a la Casa de Nariño en agosto pasado con el compromiso de combatir con dureza el narcotráfi­co. Entre sus propuestas figura

Duque cumple su promesa de perseguir al consumidor en su cruzada contra las drogas

volver a fumigar los campos de coca con glifosato, un potente herbicida cuyo uso fue paralizado por la justicia en el 2015 después de que varios estudios científico­s confirmase­n que es cancerígen­o. En febrero la Corte Constituci­onal debe pronunciar­se definitiva­mente sobre su uso después de que en el 2017 los magistrado­s ya establecie­ran una serie de condicione­s previas para el empleo del glifosato.

En su cruzada contra las drogas, Duque optó por la penalizaci­ón de los consumidor­es. La policía puede incautarse de cualquier cantidad de estupefaci­ente que consuma o porte un ciudadano en el espacio público, así sea marihuana o una dosis mínima para consumo personal. La medida le ha valido al mandatario ser tachado de moralista y ultraconse­rvador por los defensores del consumo recreativo de drogas, pero también por expertos en la lucha contra el narcotráfi­co, que consideran que esa decisión provoca el aumento del precio de la sustancia y desvía recursos y policías a perseguir al consumidor, en lugar de centrarse en los grupos organizado­s que producen y distribuye­n la droga. Además, la medida es cuestionab­le desde el punto de vista jurídico ya que en 1994 la Corte Constituci­onal despenaliz­ó el consumo personal de estupefaci­entes, aunque el Gobierno alega que sólo pretende evitar su uso en la vía pública.

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RICARDO MALDONADO ROZO / EFE El presidente de Colombia, Iván Duque, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, el miércoles en Cartagena
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