Puentes sin río

FUE Jruschov quien dijo que los políticos prometen construir puentes incluso donde no hay río. Y, a menudo, la realidad le da la razón. Sin ir más lejos, el barómetro municipal presentado el jueves puso de manifiesto que la principal preocupación de los barceloneses era la inseguridad, y al día siguiente la alcaldesa Ada Colau sacó de su chistera la unión del tranvía por la Diagonal. La excusa era que en la encuesta había una mayoría de ciudadanos favorables a esta conexión que el pleno municipal había desestimado hace unos meses. A la oposición le faltó tiempo para forzar un pleno extraordinario para reprobar su gestión en materia de seguridad.

No es que los barceloneses se hayan despertado repentinamente de una pesadilla. El barómetro pone de manifiesto una realidad: las cifras de delitos cometidos en la ciudad se han disparado (los robos con fuerza han aumentado un 31,1%, y los hurtos, un 22,7%) y el número de personas que se consideran víctimas no para de crecer (el 25% en el global de la ciudad y el 36% en Ciutat Vella). Barcelona no es una ciudad insegura, pero es mucho menos segura. Y el equipo municipal no tiene toda la responsabilidad, pero sí una parte importante de culpa. Se han tomado medidas que no dejan de ser parches. La Guardia Urbana necesita más efectivos, más medios y más apoyo de quienes gobiernan la capital catalana.

Friedrich Engels firmó un ensayo en 1873 donde decía que Barcelona “registraba más luchas de barricadas que cualquier ciudad del mundo”. Es evidente que la inseguridad es la peor propaganda para una metrópoli. En el siglo XIX y en el XXI. Pero ante una cuestión evidente, lo inteligente no es cambiar de asunto ni provocar un problema mayor. Como escribió Woody Allen, “el mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo un tercer gesto y se acabó la guerra.

El político hizo un gesto y desapareció el mago”.