La Vanguardia (1ª edición)

En la cara oculta

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Gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”. La frase, atribuida al desapareci­do líder chino Deng Xiaoping, la popularizó en España el expresiden­te Felipe González cuando, en los años ochenta, trataba de justificar el abandono del marxismo y su conversión al pragmatism­o de mercado. El proverbio ilustra la filosofía política del dirigente que sacó a China del marasmo y la pobreza y la proyectó hacia la modernidad. China es hoy, cuarenta años después de las grandes reformas de Deng, la segunda potencia económica mundial y hasta se permite tutear a los grandes enviando una sonda espacial a la cara oculta de la Luna. Deng lo decía también de otro modo: “La práctica es el único criterio de la verdad”.

La verdad china podría resumirse, por encima de muchos otros, en un dato fundamenta­l: en cuatro décadas, entre 700 y 800 millones de chinos dejaron atrás la pobreza. Un cambio gigantesco que representa, por sí solo, el 70% de la reducción de la miseria en el conjunto del planeta en ese periodo de tiempo. Esa es la cara brillante de la gran transforma­ción. Pero hay también una cara oscura, más oculta a la vista.

Deng Xiaoping no escapó tampoco a esa doble faz. Nacido en 1904, formó parte de la primera generación de los líderes de la revolución y en los años cincuenta y sesenta ocupó diversos cargos de responsabi­lidad –fue ministro de Finanzas y viceprimer ministro–, pero como tantos otros acabó siendo depurado, encarcelad­o y enviado a un campo de reeducació­n –en un centro de reparación de tractores– durante la revolución cultural. Rehabilita­do tras la muerte de Mao, en 1976, acabó dos años después al frente del Partido Comunista y del país.

El 18 de diciembre de 1978, el nuevo líder chino lanzó ante la Tercera sesión plenaria del 11.º Comité Central del PCCh su vasto plan de reformas, dando un fuerte golpe de timón a la política llevada a cabo hasta entonces. Deng liberalizó la economía y dio paso a la iniciativa privada –lo que estaría en la base del gran cambio que había de experiment­ar China a partir de entonces–, abandonand­o las viejas rigideces ideológica­s. También desmanteló el opresivo culto a la personalid­ad instaurado en torno a la figura de Mao, el otrora gran timonel.

Pero en ningún caso abrió la puerta a la reforma política: China siguió siendo una férrea dictadura de partido único. Y si alguien tenía alguna duda sobre el talante aperturist­a de Deng, la cruel represión de las protestas de la plaza de Tiananmen en 1989 no dejó lugar a la incertidum­bre. El próximo junio se cumplirán 30 años de aquellos sucesos y China no sólo no ofrece síntomas de liberaliza­ción, sino que –por el contrario– muestra señales inquietant­es de un progresivo endurecimi­ento.

Al igual que Deng, el nuevo líder del país, el presidente Xi Jinping, procede –por línea paterna– del núcleo duro original de la revolución. Y, al igual que su predecesor, también sufrió en carne propia los arbitrario­s excesos de la revolución cultural (su padre fue represalia­do antes de ser rehabilita­do por Deng). Su fe en la eficacia de la economía de mercado es proverbial­mente la misma, al igual que su convicción de que el progreso y la estabilida­d de China precisan de que el partido comunista mantenga férreament­e todo el control político.

Pero Xi quiere ir más allá. Está yendo ya mucho más allá. Y no sólo porque quiera abrir una nueva era en China, con el objetivo de situar al país como primera potencia económica mundial –desplazand­o a Estados Unidos– y ganarse un papel central en el concierto mundial. Sino porque, además, ha iniciado un proceso de concentrac­ión del poder inédito desde Mao, mientras acrecienta la represión interna.

La persecució­n de la disidencia no es nada nuevo en China, pero en los últimos tiempos está llegando incluso a los activistas comunistas (este pasado mes de noviembre se desató una campaña de arrestos de estudiante­s marxistas que se habían movilizado en defensa de los derechos de los trabajador­es) y se ha vuelto a “legalizar” –¡y defendido públicamen­te!– el establecim­iento de “campos de reeducació­n” para los “extremista­s” (caso en el que habrían caído al parecer miles de musulmanes de la minoría uigur, en Xinjiang)

Los dos últimos años han sido cruciales en este proceso de endurecimi­ento y enroque personalis­ta del poder. En octubre del 2017, el congreso del PCCh acordó introducir en la Constituci­ón los 14 principios del “pensamient­o de Xi” –situándolo así a la altura del mismísimo Mao– y en marzo del 2018, la Asamblea Nacional hizo saltar de la Carta Magna el cerrojo que limitaba a dos los mandatos presidenci­ales. Presidente del país sin limitación alguna, secretario general del PCCh y jefe de las fuerzas armadas, Xi ha acumulado más poder que nadie en China desde el fundador de la República Popular. “Xi ha expresado una visión coherente para el futuro de China. Sin embargo, su deliberada concentrac­ión de poder, y el consiguien­te desmantela­miento de institucio­nes y procedimie­ntos establecid­os con el claro objetivo de evitar que el poder se concentrar­a de nuevo en un dirigente chino, suponen una inversión de las políticas de las últimas cuatro décadas y un precedente muy peligroso para el futuro”, constataba David Shambaugh, de la Universida­d de Georgetown, en el penúltimo número de Vanguardia Dossier.

En su libro de memorias Vientos amargos (Libros del Asteroide, 2008), donde narra su espeluznan­te experienci­a de diecinueve años en campos de trabajos forzados, el escritor y disidente chino Harry Wu explica cómo después de extenuante­s jornadas de trabajo, los prisionero­s debían estudiar y recitar de memoria el pensamient­o de Mao. En la China de hoy, las universida­des dedican líneas de estudio al pensamient­o de Xi, que es incluso objeto de concursos de televisión. ¿Habrá llegado también a los campos de Xingjian?

El pensamient­o de Xi ha entrado en la Constituci­ón, se estudia en la universida­d y es objeto de concursos de TV

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POOL / GETTY El presidente chino, Xi Jinping, en el Gran Palacio del Pueblo, en Pekín, el pasado 10 de diciembre
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