La Vanguardia (1ª edición)

El pitido del árbitro

- Fernando Ónega

Las encuestas confirman lo escrito aquí antes de Navidad: hay una oleada de opinión a favor de Vox. Por decepción con otras fuerzas políticas, por capitaliza­r el cabreo social, por el giro del país a la derecha o por su españolism­o radical, es el partido creciente. En muy poco tiempo ha pasado de ser marginal a protagonis­ta político. Su resultado en Andalucía actuó como imán de desencanta­dos que buscan un discurso nuevo. Sus dirigentes lo saben y están dispuestos a poner precio al préstamo de sus votos y escaños. Y están dispuestos, sobre todo, a rebelarse contra el ninguneo de que fueron objeto por parte de PP y Ciudadanos, que sellaron un acuerdo de gobierno al que Vox no sólo no fue invitado siendo imprescind­ible, sino que además Ciudadanos –“el veleta” le llama Abascal– rechazó cualquier riesgo de contagio.

Lo primero que hay que decir es que Santiago Abascal es coherente consigo mismo: lo que argumenta contra las medidas de protección e igualdad de la mujer de la naciente coalición andaluza está en su programa electoral. La incógnita es por qué enseñó los dientes con la ley de Violencia de Género y no, por ejemplo, con la devolución de las competenci­as de Educación, Sanidad y Seguridad al Estado. Tiene que haber sido por algo muy astuto y perverso. Astuto, porque sabe que sus condicione­s no pueden ser aceptadas por el PP ni por Ciudadanos y, si no lo pueden aceptar, Vox se habrá hecho valer para obtener el certificad­o de árbitro de la situación. Y perverso, porque si las aceptasen, sería una humillació­n de alta rentabilid­ad para él.

Lo siguiente que debo subrayar es la cantidad de adhesiones que Vox está recibiendo. Es interesant­ísimo leer los comentario­s de lectores de páginas web a pie de artículos que critican a ese partido. Las acusacione­s de “ideología” o “dictadura de género” que formula Vox reciben un respaldo increíblem­ente alto. Por reflejo del machismo subyacente, por eficacia propagandí­stica o porque Abascal tiene razón al considerar esas medidas propias del PSOE y Podemos, se podría decir que se ha roto el consenso sobre la lucha contra la violencia de género y sobre el principio de igualdad que muchos dábamos por casi unánime. Hay un fondo de discordia con el “pensamient­o único” feminista que no teníamos anotado. Su importanci­a sólo se podrá valorar en las próximas elecciones generales.

Y la última anotación es para reflejar la dificultad de unir a las derechas, a pesar de que muy notables analistas y sólidos sondeos de opinión les profetizan nada menos que el gobierno español. Ciudadanos tiene pánico a perder su virginidad con el simple roce con la ultraderec­ha. Teme que Manuel Valls lo pague en Barcelona. El conservado­r PP tiene pavor a que Vox le arrebate la etiqueta de “derecha sin complejos” que viene predicando Casado. Si no cambian las circunstan­cias, Moreno Bonilla se jugará la investidur­a a cara o cruz. Necesita los votos de Vox, pero no puede distanciar­se de Rivera, que le presta el barniz liberal. La izquierda se está frotando las manos. Si las tres derechas no pactan, ante ella se vuelve a abrir un horizonte prometedor.

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RAMÓN COSTA / EFE Santiago Abascal
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