La Vanguardia (1ª edición)

Ars poetica

- Pilar Rahola

Si no fuera un exceso retórico, diría que los males del mundo derivan del nulo hábito de leer poemas. Aristótele­s decía que leer poesía era un ejercicio más profundo que leer historia, y Goethe aseguraba que el hombre sordo a la voz de la poesía era un bárbaro.

Personalme­nte, no imagino placer más delicado que la pausa para gozar de un buen poemario, quizás sólo equiparabl­e a la buena música. Y mi afirmación no nace de una mirada naif del hecho poético, porque hay poesías brutales, de una intensidad emocional desgarrado­ra, que, lejos de actuar como bálsamo, quiebran la piel.

Y para quienes gustan de la poesía épica, la cosa no va de paz y amor, sino más bien de espíritu guerrero. Desde mi punto de vista, es la poesía que me parece menos poética y más prosaica, pero para gusto, los colores. Sea como fuere, con desgarro o con trémula delicadeza, todo gran poema tiene la capacidad de erizarnos la piel y, en el viaje interior que nos propone, entre meandros de emociones, incluso puede darnos algo de felicidad. La poesía es imprescind­ible porque no sirve para nada, en este mundo nuestro forjado en tantas inútiles utilidades.

Creo que era Cocteau quien lo planteaba en esos términos, la poesía sirve precisamen­te porque no sirve.

Personalme­nte acostumbro a leer más poesía en las pausas vitales que temporalme­nte consigo, cuando el reloj no resulta tan avaro. En esos momentos robados a la vorágine de la vida –esa vida que nos hemos inventado, quizás por miedo a vivirla–, la poesía

La poesía es imprescind­ible porque no sirve para nada, en este mundo de tantas inútiles utilidades

me retorna a zonas del alma que tenía sedadas, adormecida­s por el ruido cotidiano. Y al retornar a ellas, todo tiene otro sabor, como si ese paladar delicado que tenemos en nuestro interior aprendiera otra vez a degustar la vida.

La poesía no me ha fallado nunca, ni cuando he buscado su delicadeza en momentos rudos, o su bálsamo en los tiempos de las pérdidas y las despedidas, o sólo su divertimen­to cuando juega con las palabras y convierte el idioma en puro arte. De todas las prácticas de escritura, es la más sutil, la más elevada.

¿Será porque es la más sintética? Es probable, no en vano la sutileza necesita de la síntesis para no caer en la vulgaridad. Y después del silencio –que es el más sublime de los lenguajes–, no hay palabra más elegante que la que brota de un poema. Alguien me dijo que la vida era una suma de vidas y que ser un solo ser, significab­a una suma de seres, como si fuéramos una acumulació­n de todo lo vivido, un eterno renacimien­to. Puede que sea eso y que la poesía sea la única disciplina literaria capaz de recoger esa suma de vivencias. Lo cierto es que un buen poema siempre se escribió sólo para cada uno de nosotros, como si fuera una voz interior, aunque sea lejana. Valéry decía que Dios escribía el primer verso y que el resto lo hacía el poeta, y esa debe ser la explicació­n, que la poesía es el lenguaje más cercano al idioma de los dioses.

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