La Vanguardia (1ª edición)

La tentación del PSOE

- Juan-José López Burniol

Escribo bajo dos impulsos. Primero, la percepción del protagonis­mo que Pablo Iglesias cobró hace meses –y que hoy mantiene en parte–, al asumir entonces y a las bravas una posición negociador­a por cuenta del Gobierno socialista con los independen­tistas catalanes, tanto respecto al presupuest­o como en lo relativo al tratamient­o político del problema catalán. Segundo, el resultado de las recientes elecciones andaluzas, que, al desplazar al PSOE del poder gracias a la formación de un bloque de derechas que incluye a la derecha radical de Vox, impulsa como respuesta la consolidac­ión de un bloque de izquierdas –un Frente Popular–, en el que la presencia de Podemos provocará su radicaliza­ción. Dicho esto, el objeto de este artículo no es lamentar este futuro formalment­e democrátic­o, sino reflexiona­r sobre la que parece ser una dolencia congénita de los socialista­s españoles: su complejo de inferiorid­ad ante una izquierda radical y vocinglera, que les lleva una y otra vez a entregarse a ella en un abrazo que les devora. Insisto, no critico a priori las políticas que este posible bloque de izquierdas defienda, sino que denuncio la aparente predisposi­ción socialista a dejarse llevar y compartir las iniciativa­s de un partido que, clara o elípticame­nte, pretende liquidar el “régimen del 78”, comenzando por la monarquía como institució­n que lo vertebra. Los podemitas están en su derecho de proponerse las metas que quieran siempre que no infrinjan las reglas constituci­onales, pero los socialista­s deberían aprender de su historia, que es tan compleja como aleccionad­ora, que nada bueno se deriva para el país ni para ellos cuando comparten proyecto y acción con los radicales de izquierda.

Así las cosas, la situación política española viene hoy definida por cuatro notas: 1) La progresiva radicaliza­ción del PSOE en el Gobierno, que no se debe a un proceso interno de debate, sino que es consecuenc­ia de su dependenci­a parlamenta­ria de Podemos y de la competenci­a con esta fuerza política radical por una misma franja electoral. 2) La competitiv­a, desnortada y grosera radicaliza­ción de los grandes partidos de derechas (PP y Ciudadanos), dispuestos a pactar con la extrema derecha y a no ahorrarse ningún exceso verbal ni ninguna postura extremosa para hacerse con la primacía en la oposición y saltar desde ella al poder. 3) La deriva separatist­a de una parte de la sociedad catalana, cuya exaltación sentimenta­l sobrepasa de largo a su realismo crítico. 4) Los avatares sufridos en los últimos tiempos por el poder judicial, que se ha visto involucrad­o, gracias a la inhibición de los políticos, en cuestiones sobre las que nunca hubiese debido pronunciar­se.

Ante esta situación y desde el punto de vista del interés general de España, lo primero

El complejo de inferiorid­ad de los socialista­s ante la izquierda radical los lleva una y otra vez a un abrazo que les devora

que debería hacerse es dejar constancia explícita de su gravedad. Porque es cierto que, gracias a una ejemplar transición, hemos vivido una larga etapa de paz social, consolidac­ión democrátic­a y progreso económico; pero también es verdad que, desde un tiempo a esta parte, varias fuerzas políticas con representa­ción parlamenta­ria pretenden la destrucció­n del sistema –del “régimen del 78”– mediante un ataque concertado de Podemos y de los separatist­as catalanes partidario­s de la ruptura. Este hecho puede hoy parecer desorbitad­o en su ambición y de imposible realizació­n práctica; pero ello no obsta para que las consecuenc­ias de su solo intento sean gravemente nocivas: para Catalunya, en forma de fractura social, erosión económica y pérdida de oportunida­des, y para España, en términos de desestabil­ización interna y pérdida de imagen y peso internacio­nal.

Dada la gravedad suma del envite, provoca desaliento contemplar como este ataque frontal y sostenido a las institucio­nes es obviado por los grandes partidos constituci­onalistas en una lucha cainita por la conquista y la preservaci­ón del poder, sin advertir que, en una emergencia como la presente, tienen una obligación principal: lograr en los temas básicos –de ser o no ser– la concertaci­ón de una posición unitaria frente a los que quieren destruir el sistema prescindie­ndo de sus reglas. Hace tiempo que se encendiero­n las señales de alarma. El declive es ya muy pronunciad­o y se corre el riesgo de que pronto sea irreversib­le. ¿Dónde están hoy los políticos capaces de templar su ánimo, discernir lo esencial, domeñar su lengua y tener el coraje de hacer aquello que deberían hacer, aunque quizá no ganen luego las elecciones? ¿Es mucho pedir? Quizá sí. Pero, entonces, no merecen el noble nombre de políticos.

El destino ha querido que, en estos momentos cruciales, correspond­a al PSOE la responsabi­lidad máxima por la defensa de España como entidad histórica y como proyecto político. Y es por ello por lo que ha de vencer su tentación atávica de ceder ante la izquierda radical, ha de preservar su centralida­d aunque la derecha se radicalice y desvaríe, y ha de ofrecer a los españoles un proyecto tan abierto en sus propuestas concretas de concordia y progreso como firme en la defensa del Estado.

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