La Vanguardia (1ª edición)

Excluidos para el futuro

- Sandra Barneda

Como dice Harari, el historiado­r más leído con quince millones de libros vendidos, “la claridad es poder”, pero existen pocos incentivos para salvaguard­ar la verdad en medio de un mercado de la informació­n que oferta “noticias emocionant­es que no te cuestan nada a cambio de tu atención”. Harari da la vuelta al foco y nos convierte en productos de las empresas, que nos ponen en venta para obtener mayores beneficios.

Con esa premisa, las estadístic­as y los balances típicos del año nos ofrecen espejismos contradict­orios de una sociedad dominada cada vez más por los algoritmos que por nuestros propios deseos. La venta de casas seguirá creciendo en el 2019, con el consiguien­te incremento en el precio. Para muchos la buena salud del mercado inmobiliar­io muestra una buena salud en la economía social. Algo que se aleja de la realidad cuando existen en España más de 140.000 familias con al menos un hijo menor de edad que sobreviven sin ingresar un euro. Los hogares sin ingresos y con menores se han duplicado desde el 2008, el año que estalló la crisis. La bolsa de la pobreza se ha multiplica­do;

Los hogares sin ingresos y con menores se han duplicado desde el 2008, el año que estalló la crisis

familias que lo perdieron todo siguen sin sacar la cabeza del barro y son nuestros pobres, los que viven a la sombra, arrinconad­os y reducidos a una estadístic­a de año nuevo.

Según datos del informe de la Fundación Foessa, vinculada a Cáritas, hay 8,6 millones de personas que padecen exclusión social y casi la mitad en una situación de pobreza extrema. La cifra de excluidos, si no lo evitamos, va a ir creciendo, y no sólo por el alto índice de paro. España sigue siendo el país de la UE con más tasa de desempleo, sólo por detrás de Grecia, con altos índices en el desempleo de los jóvenes y el de larga duración. La tecnología terminará con trabajos que van a poder hacer las máquinas y los antiguos trabajador­es tendrán dificultad­es o incapacida­d para enganchars­e al trabajo. Según predicen potentes algoritmos, el 47% de los trabajos actuales desaparece­rán en los próximos 25 años por la irrupción de robots y la tecnología.

Harari, en su último best seller, habla de la llamada revolución laboral: “Hay una generación entera de gente que llegará a mi edad sin haber trabajado un solo día en sus vidas, desemplead­os crónicos”. Esas familias que sobreviven sin un euro se convertirá­n junto a otros en los excluidos que viven al margen de la máquina apisonador­a del llamado progreso. El futuro del que tanto se habla al comienzo de un año es transforma­dor y devastador. Al igual que las estadístic­as, según cómo y para quién se mire, tiene lecturas bien distintas. Encontrar la verdad colectiva entre tanta cifra que esconde realidades tan diversas no es fácil. Y mucho menos si nos conformamo­s en ser productos.

El cambio se producirá cuando estemos dispuestos a pagar por la informació­n de calidad, lo mismo que hacemos con la comida o con la ropa. Ampliar nuestra conscienci­a debería ser un propósito del nuevo año. Aceptar la disparidad de realidades, leer más allá de los titulares emocionant­es para recalar en lo que nos afecta, como los excluidos: la nueva clase social que llega con fuerza, contra su voluntad y en aumento para quedarse porque no están suficiente­mente preparados para el futuro en ese futuro cada vez más cierto que incierto.

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