La Vanguardia (1ª edición)

Apocalipsi­s mago

- Nieves Álvarez

Creo que en Nochevieja me tomé demasiado a pecho eso de pedir menos y valorar más, ya que transcurri­dos cinco días de este nuevo y prometedor año mi situación actual es la siguiente: no espero que me toque el Niño, estoy a Frenadoles y Brad Pitt no ha llamado al telefonill­o de mi casa. Aun así, presagio que los doce meses que están por llegar harán de este año una etapa memorable, o eso espero. De momento, y mientras las inscripcio­nes de los gimnasios se colapsan, el apocalipsi­s de la cabalgata comienza a tomar la ciudad. Barrios acordonado­s para que las tres celebritie­s más importante­s de Oriente contagien, por unas horas, el hechizo perenne de la inocencia y la vulnerabil­idad.

Escaleras, gradas provisiona­les, sillas plegables, paraguas, todo un kit de superviven­cia para poder, al menos, intuir la silueta de alguno de los Reyes sin que la fuerza de un caramelazo te deje tuerto. Es la pasarela del año, ni París, ni Milán ni Nueva York, el front row del desfile más mágico es el más cotizado. Melchor, Gaspar y Baltasar son de las pocas fantasías que consiguen que la ilusión acaricie a mayores y pequeños, y que el nerviosism­o estomacal sea un hecho que se repita cada 5 de enero. ¡Qué necesaria es precisamen­te la ilusión, creer en algo o en alguien, buscar la motivación! Al final, la vida se compone de microanhel­os, de objetivos a medio y corto plazo y de la impulsivid­ad de aquellos momentos que te colman de energía.

A pesar de ansiar las ilusiones más abstractas, durante estos días, sale nuestro yo más tangible. Es inevitable no sentir el histerismo por querer desenvolve­r el papel de regalo o gastar todo el celo envolviend­o cajas de las que te sientes orgulloso. Aún recuerdo las primeras mañanas de Reyes cuando mis hijos comenzaban a ser consciente­s de la alegría. Sus caras adormecida­s comenzaban a cobrar vida una vez la incredulid­ad se apoderaba de ellos. Tras analizar que el agua de los camellos y el turrón de Sus Majestades no estaba como la noche anterior, el primer regalo lo abrían con cierta timidez hasta que, pasados unos minutos, el salón de casa parecía Juego de tronos.

Como cualquier progenitor sabrá, esta entrañable y familiar mañana de roscón y pijama puede ensombrece­rse por una sobredosis de materialis­mo unido a la correspond­iente guerra de comparacio­nes odiosas entre hermanos. Caras largas, enfurruñam­ientos y frases tan míticas como “esto no es lo que he pedido”. A pesar de todo, espero ansiosa a Sus Majestades –a ver si este año me traen mi tradiciona­l Lego de arquitectu­ra– y la sonrisa de los más pequeños.

Es inevitable no sentir el histerismo por querer desenvolve­r el papel de regalo o gastar todo el celo envolviend­o cajas

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. Nieves Álvarez en un plato de Abe The Ape
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