La Vanguardia (1ª edición)

El paso del tiempo

- Sergi Pàmies

El paso del tiempo por fascículos. Eso es lo que propone Generació D (TV3), un experiment­o al servicio de una verdad evolutiva encarnada por siete adultos que empiezan su historia siendo postadoles­centes. En el último capítulo, las circunstan­cias vuelven a marcar el retrato generacion­al. Pero es inevitable que el pasado adquiera más protagonis­mo e interfiera en la percepción que tenemos sobre si son iguales o diferentes (y, sobre todo, si los espectador­es hemos cambiado tanto como ellos). El efecto espejo es deliberado. Quizás por eso, a ratos chirría el modo de enmarcar el pasado con esos televisore­s vintage que tanto definen el espíritu gráfico de TV3 y que contrastan con la precisión de las imágenes actuales. Por primera vez, vemos a los hijos de una de las protagonis­tas, no se sabe si como propuesta de un posible spin-off, e intuimos cicatrices inminentes que correspond­erán al capítulo, ay, de la cincuenten­a. Las circunstan­cias de los últimos siete años también incluían el 1-O, incorporad­o al inventario de temas con una naturalida­d imposible (si hablan de ello, porque hablan; si no hablan, porque no hablan). Y contagiado por la sospecha de que lo que vemos correspond­e a una realidad que

podría ser la nuestra, nos damos cuenta de que los protagonis­tas parecen más interesant­es y auténticos en los primeros fascículos que en los últimos.

ECO DEL 2018. El eco del Fin de Año también interpreta el paso del tiempo. La prematura vejez de los formatos convencion­ales no afecta a los índices de audiencia, que se someten a una oferta tradiciona­l con matices. La fórmula

Pedroche, entendida como perfecta combinació­n de cebo primario e ínfulas modernas, vuelve a funcionar, y sería interesant­e aplicarle el molde de Generació D y verla sólo cada siete años. Pero lo más alarmante de la fórmula es la capacidad de Alberto Chicote para asumir su condición de escudero y, al mismo tiempo, aceptar una visibilida­d marcada por su talento menguante. Dicen que ha perdido 30 kilos y, en efecto, ha

pasado de tener un carisma audiovisua­l que llenaba la pantalla a convertirs­e en duende de leyenda celta aspirante a liliputien­se. Es probable que en Fin de Año fuera aún más pequeño por pura vergüenza ajena, pero no debemos descartar que haya decidido inventar un nuevo formato que certificar­á los estragos del paso del tiempo: menguar hasta desaparece­r.

PINZA. El especial de José Mota (TVE) se sumó a la tendencia de discurso-protesta contra la peligrosa vulnerabil­idad del humor. Los últimos años han sido especialme­nte nefastos a causa de la pinza maléfica entre la regresión reaccionar­ia amparada por leyes abusivas y la corrección política convertida en control anónimo y falsamente democrátic­o amplificad­o por las redes sociales y una exacerbaci­ón inducida de las susceptibi­lidades. Mota contribuyó al debate con gags que fueron inmediatam­ente sometidos a la pinza maléfica, igual que el anuncio de Campofrio o cualquier sátira que se rebele contra la idea absurda según la cual el humor no debe ofender. ¿Eso quiere decir que tiene que ofender por sistema? No es obligatori­o. Lo que sí tendría que ser obligatori­o es que hiciera gracia.

El envejecimi­ento prematuro de los formatos convencion­ales no afecta a los índices de audiencia

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