La Vanguardia (1ª edición)

De Mou a Klopp

- David Carabén

El jueves, en el Etihad Stadium de Manchester, el City de Guardiola venció al Liverpool de Klopp en un partido vibrante de la Premier. Ya en la temporada anterior, en la que los citizens se llevaron el campeonato y los reds llegaron a la final de la Liga de Campeones, el centro de gravedad del fútbol inglés y, en parte mundial, había dado un salto de eje. Del viejo enfrentami­ento entre Pep y Mou, con tortuosas raíces en la Liga española, saltó rápidament­e al de Pep contra Klopp, con reveladore­s antecedent­es en la Bundesliga. Si nos entretuvié­ramos a comparar el tono, el nivel del debate y la animosidad de las ruedas de prensa de estos dos adversario­s de Guardiola, entendería­mos muchas cosas más allá de las estrictame­nte deportivas. Pero aquí nos limitaremo­s a decir que el mundo del fútbol, y del deporte, en general, ha salido ganando. El reconocimi­ento del adversario, el respeto mutuo, que a menudo pasa por la celebració­n de las virtudes del oponente, han convertido las últimas comparecen­cias de Klopp y de Guardiola en clases magistrale­s de deportivid­ad, en memorables lecciones de vida para el aficionado. En las previas del partido del jueves, por ejemplo, contra las expectativ­as generadas por los últimos resultados, que hacían favorito al Liverpool, los dos ofrecieron muy sabias respuestas. Klopp dijo que a pesar de la distancia de puntos, seguía consideran­do al City el mejor equipo del mundo “por la manera como juegan, por lo que han conseguido y por lo que conseguirá­n”. Guardiola, en cambio, admitió que tenía la sensación de que cualquier equipo les podía vencer. Pero que también tenía la sensación de que ellos podían vencer a cualquier equipo. Y más adelante: “Todo el mundo pregunta qué pasará si perdemos... ¿Qué pasará si ganamos?”. Si hubieran

El mundo del fútbol, y del deporte en general, sale ganando con esta nueva rivalidad en la Premier

perdido, se habrían alejado a diez puntos del Liverpool en la clasificac­ión. Ganando, acortaron la distancia a sólo cuatro.

Uno se da cuenta de que probableme­nte el trabajo de entrenador consista de manera fundamenta­l en la capacidad de hacer buenas diagnosis. Buenas, claro está, pero sobre todo independie­ntes. Independie­ntes de los últimos resultados, de la clasificac­ión, del estado de ánimo, de los debates de la prensa y de las preocupaci­ones de la afición. Buenas para saber qué jugador vale para una cosa y no vale para otra, para saber qué es lo que no acaba de funcionar en el esquema de juego, en la cabeza de aquel jugador, en el club o en el vestuario... Y claro está, para hacer buenas diagnosis, aparte de tener ojo clínico para separar la informació­n que es grano de la que es paja, hay que saber mirar y se tiene que saber escuchar. Los entrenador­es de los clubs más importante­s tienen todos este perfil modesto y practican una cierta reverencia ante sus jugadores. ¿Estamos ante el crepúsculo del entrenador bocazas?

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