La Vanguardia (1ª edición)

El invierno del automóvil

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Si hay un indicador que permite orientarse entre las brumas de la economía, ese es la venta de coches. Los automóvile­s han sido históricam­ente el gran objeto del deseo del consumo. Del consumo duradero. El deseo por el cual la gente es capaz de endeudarse una media de cinco años y demostrar de ese modo la confianza que tiene en cómo le van a ir las cosas.

En 1914, Henry Ford decidió pagar a sus trabajador­es 5 dólares al día, el doble de lo que percibían hasta entonces. Todavía hay discusione­s sobre por qué lo hizo. La versión más extendida era que con esa subida quería que sus empleados pudieran acceder a los automóvile­s que salían de sus fábricas. En realidad parece más bien que lo que Ford buscaba era acabar con una excesiva rotación en el empleo, que castigaba su productivi­dad. En cualquier caso, hay un hilo directo que conecta aquella decisión –irrepetibl­e en el mundo de hoy– con el nacimiento y la consolidac­ión de la clase media y la era de la estabilida­d en las grandes democracia­s occidental­es.

La industria del automóvil supone hoy el 4% del PIB europeo. Emplea en el continente a ocho millones de personas. Ha incubado en sus factorías el grueso del sindicalis­mo reformista, el socio necesario de la larga era de concertaci­ón que ha regido Europa durante décadas. Ha sido la receptora de muchas de las innovacion­es

La industria del automóvil, que acunó en sus fábricas a la clase media, entra en una fase de cambios radicales

de la industria. Sólo en Seat de la Zona Franca pueden encontrars­e tantos robots –en sentido amplio– como en el resto de la industria española.

El automóvil ha sido un elemento identifica­ble del mundo tal y como lo hemos conocido. Pero es posible que eso no vaya a ser así en los próximos años.

El invierno está siendo duro para los constructo­res europeos de automóvile­s. Hasta agosto las cosas fueron bien. Pero en septiembre se torcieron. Las ventas bajaron por los cambios en la regulación de las normas de emisión de CO2 y la sorprenden­te incapacida­d de gran parte de esa industria para fabricar los automóvile­s con los estándares requeridos por los gobiernos. No ha sido sólo un problema europeo. Por primera vez desde 1990, los tres grandes mercados del planeta (Europa, Estados Unidos y China) están en horas bajas. En China por una sobreofert­a de marcas. En Estados Unidos porque la política de promocione­s de los últimos años era insostenib­le. Y en Europa porque muchos gobiernos han puesto fecha al fin del uso de combustibl­es fósiles en la automoción. Y eso ha dejado al sector desconcert­ado...

Hay además cuatro tendencias de fondo que gravitan sobre el sector y le empujan a un cambio radical: la electrific­ación, la conducción autónoma, el coche compartido (el sharing) y el coche conectado. Parecía difícil que a una industria se le acumularan tantos retos de golpe. El automóvil está cambiando de forma radical y acelerada. Y con él, la sociedad tal y como la hemos conocido. Así empieza el 2019.

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