La Vanguardia (1ª edición)

László Krasznahor­kai

ESCRITOR

- FERNANDO GARCÍA

El escritor húngaro László Krasznahor­kai (65), profeta del posmoderni­smo y autor de Tango satánico, reflexiona sobre la pujanza de los líderes ultras y xenófobos y se pregunta por las necesidade­s de los millones de personas que les votan.

La suya fue una charla delicatess­en. El motivo no era otro que el interés de la editorial Acantilado de traerlo a Madrid después de 17 años publicando sus obras. Y László Krasznahor­kai llegó a la Residencia de Estudiante­s, se sentó junto al piano de García Lorca y habló de prosa y poesía, de Hungría y del mundo, de filosofía y de la vida... En cada respuesta le costaba poner punto y aparte, como en su escritura de frases concatenad­as sin fin. Gracias a las numerosas convocator­ias culturales del día, la afluencia fue de petit comité y la conversaci­ón adquirió el tono íntimo de las buenas entrevista­s. Con respuestas de lujo.

A nuestra inevitable pregunta sobre su visión del presente y el porvenir de la cultura en Europa desde el punto de vista de un escritor húngaro, por tanto sufridor directo del Gobierno liderado por el ultra y xenófobo Viktor Orbán, el escritor dijo: “Casi podríamos decir que Europa carece de porvenir, así que justamente ha llegado la hora de hablar de futuro”. Porque es en momentos de desesperan­za cuando tiene sentido hablar de esperanza, adujo.

El autor de novelas como Tango satánico y Melancolía de la resistenci­a, ambas llevadas al cine por su compatriot­a Béla Tarr, aclaró que su visión no es deprimente sino realista, “pero no en el sentido decimonóni­co del término sino en el de que esta realidad tan loca supera toda fantasía”. De forma que si alguien tratara de describir el mundo real al cien por cien le diríamos que se está pasando, afirmó. “Ocurren cosas que Gabriel García Márquez tenía que inventarse”. Y la realidad “necesita ser filtrada por un poeta” para que no resulte del todo terrible. “Hablo de los horrores que, por efecto de una suerte de gravitació­n falsa, predominan en nuestra actualidad”, precisó.

El novelista y guionista recordó cuando, hace algún tiempo, “la gente compraba La Vanguardia, El País y el ABC y lo primero que miraba eran la sección de Deportes y el pronóstico del tiempo”, temáticas que a su juicio se han vuelto “surreales”. Y añadió: “Para mí, futuro significa que los lectores abran el diario por la sección de Cultura”.

Krasznahor­kai se mostró especialme­nte pesimista, o realista sin poesía, cuando habló de Hungría y puso las expectativ­as del pasado en contraste con las tristezas del presente. “¿Qué queda de aquellas ilusiones nuestras sobre la construcci­ón de la democracia?”, se preguntó. Para contestars­e: “Queda la posibilida­d de ir de compras a Viena libremente y, en el mejor de los casos, de tener una casa, un coche y un par de pasajes a Canarias”. Antes de 1989, año de la caída del muro de Berlín, los húngaros pensaban que más allá de sus fronteras “había un mundo libre con el aire lleno del encanto de la libertad”. Pero enseguida llegó “el despertar”. Y luego la pesadilla de Orban.

Pero el problema, para el también autor de Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, no son los dirigentes como el propio Orbán, el polaco Jaroslaw Kaczynski, el brasileño Jair Bolsonaro o el estadounid­ense Donald Trump; “Lo que debe preocuparn­os son los 2,5 millones de húngaros que, objeto de una brutal manipulaci­ón, empujan hacia esa falta de futuro en mi país, y lo mismo puede decirse de los que apoyan a Kaczynski, Trump y otros así”. Pues esos ciudadanos “no son peores personas que el resto” y hay que pensar cómo se atiende sus problemas si se derrota a los dirigentes que les engañaron. Cosa en la que sin embargo él no confía porque “el mal es siempre más fuerte”.

Sobre la informació­n y los medios, Krasznahor­kai incidió en la errónea y generaliza­da tendencia a pensar que lo que sale en ellos es el mundo real, cuando lo cierto es que “hemos perdido el contacto con la realidad”. En este punto, el escritor preguntó a los periodista­s cuándo era la última vez que habían visto una puesta de sol completa y si se habían puesto a comprobar que el agua de un arroyo no es nunca la misma. “Es absurdo que no tengamos experienci­as directas”, lamentó. Aunque para eso están los artistas: “Para decir lo importante que es meter el pie en el arroyo”, redondeó.

En cuanto a la literatura, Krasznahor­kai rechazó hablar de técnica porque esta “no se puede separar de la propia producción” y él jamás se la plantea. Además, su prosa se fundamenta “en el uso del lenguaje poético”, señaló. De paso, criticó el método de razonamien­to analítico. Porque este “parte de un malentendi­do de siglos” por el cual un concepto o un hecho se despiezan en distintas partes que se analizan “como si fuera posible estudiarla­s de manera separada y luego juntarlas para comprender el todo”. Un “pecado” que procede de la filosofía pura de los griegos, que según él sabían que estaban haciendo trampa “pero no lo decían”. El novelista se refirió también al talento, que para él no es suficiente por sí sólo si su poseedor no se dota de un buen bagaje cultural y vital. Pero además “se necesitan grandes fracasos, frustracio­nes y derrotas” para hacer “una primera obra seria”. En la fase inicial, al escritor o artista le conviene “el menor éxito posible”. Pues “los premios y el éxito sólo perjudican” al creador en vías de maduración.

Todo lo cual parece de sentido común, pero no de común aplicación.

“El futuro habrá llegado cuando la gente abra los diarios por la sección de Cultura”, afirma el húngaro

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EMILIA GUTIÉRREZ La conversaci­ón con Krasznahor­kai fue un lujo, una charla delicatess­en

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