Winston Peters
FUNDADOR DE NEW ZEALAND FIRST
El viceprimer ministro neozelandés Peters es un precursor de Donald Trump. Este veterano ultraconservador propugna con su partido New Zealand First las mismas ideas contra la inmigración desde el año
1993.
Si Donald Trump dice que Estados Unidos primero, Winston Peters no se queda atrás y responde que Nueva Zelanda primero. Peters, de 73 años, es un veterano político kiwi, actual viceprimer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, y un populista con una agenda no muy diferente a la del líder norteamericano, el Brexit o Marine Le Pen, totalmente contrario a la inmigración, abogado de los jubilados, defensor de los trabajadores, enemigo del establishment, los bancos y las élites empresariales “que controlan a los políticos como marionetas”, ultraconservador en lo social y muy crítico con el liberalismo financiero.
Nueva Zelanda es en muchos sentidos un país ideal y progresista, pionero en la defensa del medio ambiente, cuya actual primera ministra, Jacinda Ardern, es la tercera mujer que ocupa el cargo.
Peters es un personaje curioso, de padre maorí y madre escocesa, que se fue del Partido Nacional, los nats (derecha tradicional), para fundar el New Zealand First en 1993. Recibió su primer empujón de los aborígenes, que le dieron los primeros escaños en el Parlamento, y todavía disfruta de un apoyo sustancial de ese electorado, sobre todo en las regiones rurales. A pesar de ello, aboga por la supresión de las leyes que otorgan a esa minoría una representación especial en el legislativo y tan sólo ha renunciado provisionalmente a esa demanda para acceder al Gobierno de coalición como número dos de Jacinda Ardern (durante su baja de maternidad, Peters llevó seis semanas las riendas del país). Hasta ahora su porcentaje de voto ha oscilado entre el cinco y el diez por ciento, suficiente para ejercer con frecuencia de partido bisagra.
La versión kiwi del populismo tiene quince “principios fundamentales”, como los del Movimiento, el primero de los cuales es que “Nueva Zelanda y los neozelandeses, primero”. Sostiene que los setenta mil inmigrantes (en su mayoría asiáticos) que son aceptados anualmente en el país constituyen un tsunami que diluye la cultura autóctona y deteriora los servicios sociales, y patrocina un tope de diez mil. Parte fundamental de sus negociaciones con la laborista Ardern para formar coalición ha sido aceptar la cifra de treinta mil como un compromiso y prohibir a los extranjeros –excepto los australianos– que compren viviendas ya existentes.
New Zealand First es un partido de ley y orden, partidario de los referéndums como forma de gobierno que mejor respeta “la voluntad del pueblo”, contrario al matrimonio gay, promotor de sentencias más severas para los delincuentes, matrículas universitarias gratuitas y la contratación de más policías, y con un programa económico mixto, que combina la reducción de impuestos y del papel del Estado con la nacionalización de antiguas empresas estatales que en los años ochenta y noventa pasaron a manos privadas. Se ha puesto de acuerdo con el Labour para subir el salario mínimo a veinte dólares neozelandeses (8,65 euros) la hora. Una especie de “peronismo de las antípodas”.
La mala noticia es que si bien es el partido más de derechas que compite en las elecciones y obtiene por lo general representación en el Parlamento (para
Mucho antes que Donald Trump, el viceprimer ministro Winston Peters ya adoptó el mismo lema
New Zealand First ve la inmigración asiática como un tsunami que diluye la cultura tradicional
lo cual hay que sacar por lo menos un cinco por ciento de los votos), en Nueva Zelanda hay grupos minoritarios abiertamente supremacistas como Western Guard, Kiwi Alt Right, Young New Zealand o Make New Zealand Great Again (un homenaje a Trump), algunos de cuyos miembros llaman despectivamente a los musulmanes kebabs y divulgan en las redes sociales –y panfletos que reparten en la Universidad de Auckland– teorías como la del “genocidio blanco” y una conspiración para reemplazar los valores cristianos por el marxismo, el feminismo, el ateísmo, el multiculturalismo y los derechos de los gais. Son una pequeña minoría, pero cada vez hace más ruido.