Taizé en Barcelona
Xavier Morlans, en su lección inaugural de la Facultat de Teologia de Catalunya de este curso, citaba al sociólogo canadiense Charles Taylor como el autor que ha explicado mejor la formación del sentido del yo actual, desgraciadamente “tan resistente a la idea de Dios”. Taylor distingue entre tres tipos de “secularización”: la retirada de la Iglesia como a poder, la eliminación de la referencia a Dios o al cristianismo en la legislación y la secularización como desaparición de Dios en el imaginario social. Esta tercera acepción, afirma Morlans, “está condicionando fuertemente la vida de fe de muchos de los cristianos y cristianas que intentamos servir a las parroquias, movimientos y comunidades y a tantas personas que nos sentimos llamadas a llevar la luz y el gozo del evangelio”. El entorno hace cada vez más difícil la misión pastoral y evangelizadora y desanima a las personas a explicar la fe que da sentido a nuestras vidas en la mayoría de los ambientes en que nos movemos. Nos referimos también a aquellos cristianos, incluso poco “practicantes”, que no encuentran una comunidad que responda a sus necesidades o en la que se sientan acogidos. Todos somos personas identificadas con la ilusión colectiva que ha despertado el papa Francisco, que nos sentimos identificados con lo que trasciende de sus homilías en la eucaristía diaria en Santa Marta, con lo que nos llega de encíclicas como la Laudato si’ y que hemos vivido con simpatía las canonizaciones de Juan XXIII y Óscar Romero.
Nos referimos a aquel colectivo que no se siente cómodo, en palabras de Morlans, con los que “proponen un retorno a antes de la modernidad y una restauración como la que suponen una espiritualidad, una moral y un derecho canónico cerrados a la realización de la dimensión sexual-afectiva de la persona y plantean un perfeccionismo que no cuenta con la dimensión trágica y accidentada de la vida, como en cambio sí lo tiene en cuenta el papa Francisco en el capítulo octavo de Amoris laetitia”.
Un buen número de estos cristianos, y de otros evangélicos, en torno unas 2.500 personas, nos encontramos con la comunidad de Taizé, en Santa Maria del Mar, este jueves, 3 de enero, aprovechando el retorno del hermano Alois y otros miembros de la comunidad desde Madrid, donde habían participado en el encuentro europeo de jóvenes, a su monasterio francés, cerca de los Alpes. Religiosas vestidas de seglar, militantes y líderes de movimiento juveniles, personas implicadas en la acción social, profesores universitarios, cristianos quizás poco significados pero coherentes con sus vivencias juveniles de fe, los obispos de la diócesis de Barcelona, el padre abad de Montserrat discretamente, presbíteros y laicos de toda Catalunya... A pesar ser de una fecha compleja, en que tantos están de vacaciones, Santa Maria del Mar se llenó hasta los topes.
La música suave, los cantos sencillos, profundos, repetidos como letanías... Las palabras sencillas y acogedoras, el evangelio multilingüe, el padrenuestro rezado con profundidad, Santa Maria del Mar como marco que invita a la serenidad, a la introspección, a la vivencia de lo trascendente. “No olvidemos la hospitalidad” es el lema de la carta de Taizé para el 2019. Partiendo de la experiencia de hospitalidad que viven los jóvenes en los encuentros de la comunidad y que a tantos marcan, desgrana cinco propuestas: descubrimos en Dios la fuente de la hospitalidad, estamos atentos a la presencia de Cristo en nuestras vidas, acogemos nuestros dones y también nuestros límites, encontramos en la Iglesia un lugar de amistad, y ejercemos una hospitalidad generosa. Gracias por lo que tenemos y somos, espíritu de acogida a los recién llegados y a los más débiles, comprensión del otro... Un rato en comunión, ninguna condición para participar, sonrisas amables, cómplices, entre desconocidos. Taizé una vez más en Barcelona como modelo de comunidad que ruega, acoge, acompaña a vivir la fe e invita al compromiso con el otro, a amar. ¿No es esta la esencia del mensaje de Jesús de Nazaret?
Taizé es un modelo de comunidad que ruega, acoge, acompaña a vivir la fe e invita al compromiso